El consumo y la ciudadanía: una oportunidad para alzar nuestra voz

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Para ser buen ciudadano no basta con dejar pasar al peatón o no tirar basuras en la calle: implica también prácticas proambientales, como ser reflexivos antes de realizar un acto de compra.

María Claudia Mejía Gil
Por: María Claudia Mejía Gil / [email protected]

En esta entrega quiero tocar un tema que me parece muy relevante y que cuando lo comprendí de esta manera, cambió mi forma de tomar decisiones de consumo (y desecho): como consumidores tenemos un gran poder para transformar los mercados, sus productos, sus servicios y sus proveedores.

Contamos con este poder porque estamos pagando por productos a las empresas que nosotros elijamos y con esto, favorecemos técnicas, lugares y formas de fabricación, insumos, proveedores, pagos justos, logísticas de transporte, entre otras formas de extracción, elaboración, comercialización y desecho.

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Por lo anterior podríamos afirmar que nuestros actos de consumo se comprenden como actos políticos, porque dan cuenta de inclinaciones, porque tienen consecuencias en la economía local, nacional e internacional y en el ambiente, porque están cargados de significados. No son un hecho aislado o inocente.

Nuestras decisiones en el desecho también son decisiones políticas, por las mismas razones. Comprender nuestras decisiones de consumo y desecho de esta manera, nos permite visualizarlas en un plano más amplio y así mismo, comprender su efecto en un contexto que va más allá del local.

Desde este punto de vista se encuentran algunos científicos sociales, entre ellos García Canclini, que argumentan que no construimos ciudadanías adscritas a una nación, sino a otro tipo de colectivos sociales. La ciudadanía se concibe en un sentido clásico como una condición que abarca una serie de derechos civiles, políticos, sociales y económicos, que apelan a la pertenencia de los individuos a una comunidad política estatal específica. Sin embargo, esa comunidad amplia que delimitaría un estado, muchas veces no nos permite expresarnos, identificarnos y desarrollar nuestra personalidad. Por esto esa ciudadanía se direcciona a la pertenencia a grupos religiosos, comunidades deportivas, mediáticas y, así mismo, a colectivos o grupos de consumidores.

Entonces, ¡seamos buenos ciudadanos con nuestros consumos (y desechos)! Y tomemos decisiones que hayan pasado por la reflexividad y en la que tengamos la mayor cantidad de puntos de vista posibles antes de realizar un acto de compra. Incluso, hay autores que hablan de la configuración de ciudadanías proambientales, que participan activamente para debatir y aportar a los asuntos del bien común de los seres no humanos con quienes convivimos: los animales y la naturaleza.

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En este sentido ser buen ciudadano no basta con dejar pasar al peatón, no tirar basuras en la calle o establecer relaciones de cordialidad con nuestros vecinos. Ser un buen ciudadano (o un ciudadano proambiental) implica también apoyar al productor local, llevar nuestra bolsa al supermercado, darles un uso cuidadoso a nuestros objetos para alargar su vida útil, buscar la reparación de nuestros objetos antes de tirarlos a la caneca de la basura, y si ya no hay nada más que hacer con los mismos, separarlos cuidadosamente en la fuente, porque ser buen ciudadano también atraviesa apoyar a nuestros recicladores en su labor.

Ejerzamos entonces nuestra ciudadanía eligiendo aquellos productos, lugares de compra, empaques y fabricantes que busquen generar un menor impacto en el ambiente y realizando nuestras actividades de desecho de manera consciente, reflexiva y buscando generar el menor impacto. También la podemos ejercer hablando de esto con nuestros amigos y familiares e incluso, configurando colectivos que nos permitan alzar nuestra voz, aún más alto.

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