La crisis ambiental le da un golpe a la productividad

Siempre será muy difícil romper la inercia de un modelo que opera de manera insostenible diez meses del año y luego trata de transformarse para ser sostenible durante los meses restantes.

Alejandro Álvarez Vanegas
Por: Alejandro Álvarez Vanegas

La mala calidad del aire no solo genera emergencias ambientales (por la afectación a los ecosistemas) y sociales (por los graves impactos a la salud), sino también económicas (por la pérdida de productividad). Si pensamos desde la perspectiva de la sostenibilidad (que es lo que la humanidad está llamada a hacer), las interconexiones entre lo ambiental, lo social y lo económico no pueden ser obviadas. En vez de insistir en someter la naturaleza a nuestros deseos sociales y económicos, debemos reconocer que nuestra sociedad y nuestra economía son las que deben adaptarse, de manera inteligente e innovadora, a las realidades ambientales. Y no solo por el valor intrínseco de la naturaleza, sino también porque cualquier construcción social o económica que se haga en detrimento del entorno ecológico será una construcción inestable y condenada al fracaso (es decir, insostenible).

Quienes hemos hecho divulgación sobre la calidad del aire hemos cometido una imprecisión. Como yo, otras personas y entidades han dicho que la mayor parte del problema del aire está en la movilidad (alrededor de un 80%) y que la industria solo aporta una pequeña parte (un 20%). Creo que la imprecisión yace en la categoría “industria”, pues se da a entender que la actividad industrial se limita a las emisiones de “fuentes fijas”, dejando a un lado las “fuentes móviles”, lo cual no es cierto: el funcionamiento de la industria no depende únicamente de las operaciones en los sitios de producción (fuentes fijas), sino también de otras actividades relacionadas con el transporte (fuentes móviles). Para comprender esto basta pensar en los empleados que deben movilizarse al trabajo, en las materias primas que hay que hacer llegar a las fábricas, o en los productos que hay que distribuir y comercializar (o los servicios que hay que prestar en otros lugares). Por eso, cuando aparecen las restricciones a las emisiones, la industria se ve afectada por diferentes lados.

Modelos de negocio sustentados en emisiones bajas

A modo de silogismo: si A) la actividad industrial depende de la movilidad y B) en la movilidad está el grueso del problema de la calidad del aire, entonces C) las medidas para evitar el continuo deterioro de la calidad del aire van a impactar la industria. Con esto en mente, hay que decir que la estrategia correcta para proteger la productividad y la economía no es lentificar u oponerse a las soluciones a la crisis del aire. Todo lo contrario: si la industria y el comercio en Medellín y en el Valle de Aburrá (¡y en todo el mundo!) quieren prosperar coherente y éticamente a corto, mediano y largo plazos, deben acelerar su transformación y apoyar las iniciativas que buscan que la calidad del aire mejore de manera duradera. Se necesitan modelos de negocio con los que las emisiones sean bajas durante todo el año y no solo en los meses “más vulnerables”.

Por un lado, porque cuando no se quedan atrapados aquí todos los contaminantes que salen de este valle van a contaminar otras poblaciones y otros ecosistemas. Y por el otro, porque siempre será muy difícil romper la inercia de un modelo que opera de manera insostenible entre ocho y diez meses del año y luego trata de transformarse drásticamente para ser sostenible durante los meses restantes.

Como se dijo en la edición 736 de Vivir en El Poblado, “a la urgente reparación de la calidad del aire hay que sumarle estabilidad en la industria, el comercio y el desempeño laboral”. Pero hay que tener cuidado con la interpretación de este mensaje, porque el cuidado de la vida y la protección de la economía no pueden seguirse viendo como propósitos divergentes o irreconciliables: lo segundo debe y puede operar en función de lo primero.

Hay que poner los pies en la tierra y reconocer que la degradación ambiental (la presión que sobrepasa la capacidad de soporte de los ecosistemas) conduce a la disminución de la productividad y a la afectación de la economía.

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