Ya no quiero ser como él

 
Por: Juan Carlos Franco
 
 

Como tantos otros yo también le admiré, profundamente y con convicción, su valentía, liderazgo, tenacidad y capacidad de trabajo. Y su inteligencia desbordante, su increíble conocimiento del país, su dominio de la economía, la historia y las ciencias políticas. Y su capacidad de tomar el toro por los cuernos, nunca evadiendo la crítica sino debatiendo de frente. Y su oratoria elegante y certera. Y su honradez y pulcritud. Y su amor por la patria. Y hasta su sencillez y claro don de gentes. Quería ser como él en casi todo.
Y me fui acostumbrando a escuchar opiniones positivas sobre sus ejecutorias, reales e imaginarias. Y a que el país entero -o al menos el 70%, que en política es algo poco visto- aprobara su gestión y fuera reelegido de manera arrolladora. Para muchos se convirtió en un ser infalible, el redentor tan esperado y que finalmente llegó para quedarse entre nosotros.
A pesar de que lamento la calidad de algunos de sus funcionarios y la de muchos de sus políticos aliados, no tengo dudas de que su gestión está llena de ejecutorias en campos muy diferentes. El país ha cambiado de manera impresionante en los últimos 7 años y tendremos mucho qué agradecer al liderazgo de este ilustre gobernante. Incluso me atrevo a afirmar que somos (o tal vez, ¿éramos?) la envidia de numerosos habitantes de países vecinos que padecen las perturbaciones de otro tipo de líderes.
Hasta que, en un acto de innegable vanidad y dudoso patriotismo, ¡le dio por la segunda reelección! Y todas esas virtudes tan deseables en un líder político se han transformado poco a poco en defectos. Esa tenacidad se convirtió en testarudez, ese liderazgo se puso al servicio de su monomanía de poder, esa inteligencia empezó a funcionar para hacer maquinaciones políticas. Y claro, esa pulcritud se vio manchada por acuerdos y componendas que pensábamos le eran tan ajenas.
Vamos, Colombia, no es serio que la inteligencia y las energías de un país de por sí casi inmanejable se distraigan durante tanto tiempo en debatir, negociar o ferrocarrilear acuerditos politiqueros y aún más ajusticos a la Constitución con el único fin de extender la permanencia en el poder de un presidente, por bueno que haya sido. Peor aún en una época de tanta turbulencia.
No es sorpresa entonces que de un tiempo para acá muchas acciones del gobierno se ven erráticas e improvisadas. Como si no hubiera tiempo para pensar sino para reaccionar, apagando incendios todo el tiempo. Conquistas de vital importancia en seguridad ciudadana, guerra contra la subversión y economía, para no hablar de relaciones con los vecinos -cosas que ya parecían pruebas superadas- empiezan a verse tan frágiles, tan frágiles…
El Presidente es una persona muy valiosa para malgastarse en otro período presidencial que casi con certeza polarizaría aún mucho más las cosas adentro y afuera. Lamentablemente, y ante la inminente derrota del referendo, va a salir como un perdedor y con su poder e influencia disminuidos.
Por él y por nosotros, nada mejor que uno o varios períodos por fuera del gobierno. Por ejemplo, podría prestarle un gran servicio al país en algo tan crítico y digno como ser líder de la oposición. Que se refresque, que piense con calma, que estudie, que mire las cosas desde otra perspectiva… Y que sólo después de este necesario peregrinaje “por el desierto” vuelva a presentarse a elecciones como el líder maduro que era y no como el adolescente angustiado en que se nos convirtió.
De lo contrario, ¡ya no quiero ser como él!
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