Y el espejismo ahí

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Narra García Márquez en El general en su laberinto que cuando José Palacios le anunció que habían llegado a Mompox, su respuesta fue “Mompox no existe, a veces soñamos con ella, pero no existe”. Y tenía razón. En medio del calor abrumador los campanarios y los techos de teja se muestran como un espejismo que de pronto desaparece.

Tal vez Alonso de Heredia, fundador de la Villa en 1537, haya tenido una sensación parecida cuando se acabó el vino, convertido en vinagre, que transportaba en enormes ánforas. El espejismo se reflejó en los racimos parecidos a la vid que da la palma de corozo, para ellos una variable desconocida de uva que los indígenas convertían en bebida, dejaban fermentar en vasijas de barro y llamaban “uvita de lata” porque el tallo de la palma servía en la construcción de viviendas.

En su última visita a Mompox, Bolívar recibió los honores debidos a su rango, pocos o ninguno de quienes lo homenajearon en el puerto donde muchos años después se filmó Crónica de una muerte anunciada, sabían que el hombre iba de paso como cualquier ciudadano de a pie, la noticia de su renuncia no había llegado aun; fue invitado a las fiestas de rigor y las eludió, pero no está excluido que en esa estadía o en las anteriores, haya probado la “uvita de lata”.

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La Villa de Mompox de esos días con sus tres calles paralelas al río, La Albarrada, la Real del Medio y la de Atrás, no era muy distinta a la de hoy, es probable que la función de espejismo que ejerce sobre quienes llegan a ella tenga el efecto de tiempo suspendido por el calor que se mantiene desde mucho antes de que el río cambiara su curso y la Villa quedara aislada del paso de pasajeros, mercancías o noticias. Mompox dejó de ser parada obligada para quienes navegaban por el río y el sopor del espejismo se instaló, sin embargo la “uvita de lata” continuó en las costumbres de los pobladores. Hoy, el señor Abad Sosa produce en cantidad suficiente para el consumo de los habitantes, y los turistas que aparecen por allá, el vino de la región en sabores tan variados como tamarindo, naranja agria, limón, mandarina, carambola o mamón.

Hay que bajar por el Magdalena, bien sea para ir a probar el vino de naranja agria de Abad Sosa, bien frío, acompañado de un plato de bagre frito y patacones como solo lo hacen en esos parajes; o bien, bajar el río en la relectura del General en su laberinto. Espejismo obliga.


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