Una cosa es una cosa…

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Un derechista pragmático, Vargas Llosa, que escribe con la sutileza de un idealista y un izquierdista recalcitrante, García Márquez, que narra con la sapiencia de un príncipe de la Iglesia, de los de antes, los del Renacimiento
/ Esteban Carlos Mejía
Los escritores, por cusumbosolos que sean, no escapan a lo colectivo. Su arte irradia, atrae e integra. Por eso, a veces, sus opiniones políticas contrastan con sus escritos, y eso mortifica a los lectores. Dos casos paradigmáticos: Vargas Llosa y García Márquez.

Vargas Llosa fue antiimperialista, anticapitalista, propagandista de la revolución cubana. Con el tiempo, viró de tendencia hasta volverse de centro-derecha o de derecha. Tal transmutación irritó a muchos fans, maravillados por la maestría de novelas como La ciudad y los perros, Conversación en La Catedral o La guerra del fin del mundo.

García Márquez siempre se portó como canciller oficioso de Fidel Castro, pasando por alto la mediocridad, la represión y la falta de libertad del régimen de La Habana. Un mamerto a la antigua. ¿Pero acaso hay algo más libertario que su obra? Cien años de soledad, El otoño del patriarca, El amor en los tiempos del cólera o Crónica de una muerte anunciada son novelas impecables, excelsas, dictadas, quién quita, por la mismísima Divina Providencia.

¡Qué incongruencia! Un derechista pragmático que escribe con la sutileza de un idealista y un izquierdista recalcitrante que narra con la sapiencia de un príncipe de la Iglesia, de los de antes, los del Renacimiento. Una cosa es la obra y otra, muy distinta, el autor.

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* Día tras día. ¿Y la efeméride literaria de esta semana? El 19 de febrero de 1888 nacía en San Mateo, Huila, un crío al que le clavaron el nombre del papá, Eustasio, José Eustasio Rivera.

Desde jovencito, Rivera se puso a escribir versos y versos, rimbombantes, densos, elegíacos. Odas a la aurora boreal, a dos flautas, a España, a Diva, la virgen muerta. A los 30 años fue por primera vez a los Llanos Orientales: lo atraparon la belleza del paisaje y la virulencia de sus costumbres. Poco después viajó al Orinoco y allí comprobó la crueldad de la codicia. Tomó nota sin piedad y, al volver a Bogotá, se sentó a escribir una novela que le acarrearía fama y prestigio: La vorágine, 1924.

La primera vez que leí La vorágine, yo tenía quince o dieciséis años, y la vaina me encalambró, en todos los sentidos (sic, como dicen los filólogos). Arturo Cova, Alicia, Clemente Silva, Fidel Franco, Barrera, Zoraida Ayram: seres como de carne y hueso atrapados en la selva, desarraigados y miserables. Cuando quiero sentir la savia de la mejor literatura colombiana, vuelvo a La vorágine y me dejo enganchar, otra vez, por su lirismo antilírico, su despiadada cosmovisión, su lucidez y su encanto.

* * Body copy. “Aunque la ciencia nada tiene que decir en un sentido o en otro sobre la existencia de Dios ni sobre la posibilidad de la vida después de la muerte, su meta es encontrar explicaciones a los fenómenos naturales que son puramente naturalistas. La ciencia es acumulativa; cada nueva teoría incorpora las teorías anteriores válidas como aproximaciones, e incluso explica por qué esas aproximaciones funcionan, caso de que así sea”.
Steven Weinberg. Explicar el mundo, 2015.

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* * * Vademécum. ¿Paradigma? “Ejemplo o ejemplar”. ¿Oficioso? “Hacendoso y solícito en ejecutar lo que está a su cuidado”. ¿Sic? “Se usa en impresos y manuscritos españoles para dar a entender que una palabra o frase empleada en ellos, y que pudiera parecer inexacta, es textual”.
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