Hablando con el presidente

Hay un atenuante: cualquier medida con la que el presidente se comprometa para favorecer a un grupo, seguro perjudica a otro. O es impagable. O inconstitucional. O tomaría años en ser efectiva.

Por lo visto en las semanas anteriores, tendremos paros y bloqueos por un buen rato. Y con cualquier pretexto bueno, regular o malo. La única condición es sentirse frustrado o furioso por algo. O por todo. Y encontrar algún argumento más o menos creíble de que la culpa es del gobierno -mejor aún, del Presidente- que, como no habla con la gente, como no escucha, no sabe lo que el pueblo realmente necesita.

Entonces, dicen, vamos a hacer que nos escuche. ¡Esta vez sí!
La lógica de algunos promotores de paros es la del secuestrador, que mientras no reciba el pago exigido, no libera a la víctima: mientras no cedan a mis peticiones no los dejo pasar, no me levanto de aquí, si es necesario destruyo lo que se me atraviese y que se joda el mundo.

Claro que eso de escuchar funciona en una sola dirección: a ese líder vociferante solo le sirve que el Presidente lo escuche directamente, tome nota de todas sus exigencias y proceda de inmediato a dar órdenes, a implementar de inmediato decisiones contundentes a favor de su grupo.

Esta persona no va preparada para escuchar, solo para ser escuchada y, ojalá, obedecida. Y por lo general representa intereses muy estrechos.

Y para un Presidente, ¿qué tan buena idea es sentarse a conversar bajo presión? ¡Es complicado! El solo hecho de hacerlo ya genera altas expectativas, incluso cierta imagen de debilidad, que jamás será considerada como un gesto de generosidad.

Con el ingrediente de que cualquier medida con la que el Presidente se comprometa para favorecer a un grupo, seguro perjudica a otro. O es impagable. O inconstitucional. O tomaría años en ser efectiva.

El hecho de sentarse a conversar también compromete al líder frente a su grupo. Es difícil imaginar a uno de estos informándoles que habló con el Presidente y que ya entendió mejor las cosas, que lo que estaban pidiendo no era viable, que el Presidente sí tenía razón y que levantemos este paro absurdo.

Lo más curioso es que los promotores del paro exigen que todo cambie ya, pero son los primeros enemigos de cualquier cambio. Qué tal la perla: oponerse de manera radical a una reforma pensional cuya principal consideración es reducir -o eliminar- los increíbles e injustos privilegios de que gozan los pensionados de élite. ¿A quién creen defender?
Mientras más demoren esa reforma, más tiempo pasará en el que a los pensionados de estrato alto les lleguen pensiones excesivas, financiadas justo por los que están en paro exigiendo que nada cambie. Y que, gracias a eso, tal vez nunca llegarán a pensionarse.
Siga escuchando, Presidente. Pero, tal vez, ¡no tanto!

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