Sobre inmemoriales formas de esclavitud

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  Por: Juan Sebastián Restrepo Mesa  
 
Bien lo decía el lúcidamente descarriado Luis Enrique Mejía: “A mi madre le bastaba con que no fuera yo. Mi padre necesitaba que yo fuera él”. Se refería evidentemente al influjo determinante de las fuerzas y aspiraciones parentales en el destino o desatino de las personas.
Actualmente podemos apreciar con mucha claridad desde las disciplinas psicosociales, más específicamente desde la psicogenealogía, las diferentes maneras en que las personas nos vemos avocadas a repetir la famosa inquietud de San Pablo: ¿por qué “no hago el bien que deseo, sino el mal que no quiero”?
Alejandro Jodorowsky lo ilustra bien cuando dice que: “al niño se le inculca que tiene que ser como sus padres, de lo contrario será considerado como un traidor o un enfermo. Recién nacido, los dos linajes (el materno y el paterno) tratan de apropiárselo. Comentan que se parece a la madre, o al padre, incluso a un abuelo o abuela. Con silencios envenenados se le repite: es malo no parecerse a nosotros; es malo realizar lo que nosotros no pudimos lograr; es malo entregarse a aquello que nosotros no nos atrevimos a desear; es malo haber nacido porque te convertiste en una carga; es malo que no te sacrifiques por nosotros porque nosotros nos sacrificamos por ti. En resumen: es malo que quieras ser tu mismo”.
A esta situación humana de estar colgado entre dos linajes, atado compulsiva y ciegamente al alma irresuelta de los padres, enredado en las ramas del árbol genealógico, separado de la profundidad de sí mismo y del proceso del propio desarrollo se le llama neurosis de fracaso.
Jodorowsky dice que la padecemos “si cada vez que emprende una tarea no la puede terminar; si cada vez que triunfa en algo se las ingenia para convertir este triunfo en fracaso; si cada vez que logra formar una pareja de su agrado acaba provocando conflictos que llevan a la separación; si lo persigue un incomprensible sentimiento de culpa; si constantemente se siente inconforme consigo mismo; si a pesar de tener talento, por más que lo intenta no puede triunfar”.
Todo enfoque terapéutico busca, en contraste con lo anterior, y citando a Fritz Perls, uno de los grandes de la psicoterapia: “la maduración de la persona: el quitar bloqueos que impidan que una persona se pare en sus propios pies”. Que desee por, desde y para sí misma, que haga sus propios aprendizajes, que identifique sus propias necesidades y las formas de satisfacerlas, que se haga responsable de sus elecciones y equivocaciones. Es decir, que este dispuesto a vivir su propia vida. Ese sería el camino hacia una vida más integra y saludable.
¡Pero que difícil es lograr esto tan simple! Veo “bebés emocionales” persiguiendo sueños prestados si es que los tienen. “Hombres” y “mujeres” que han logrado no sólo la plenitud sino también la excelencia de una vida que no es la suya, sino la misma o la opuesta a la de sus padres.
Veo con tristeza, a muchas personas que, ignorando que la muerte acecha, creyeron que era posible postergar la búsqueda de lo más propio, para enredarse en la ciega tragicomedia familiar. Personas que a los 40 ó 50 años se sumen en una profunda depresión sabiéndose deudores y acreedores de una deuda impagable consigo mismos y con la vida.

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