Smiley, espejo de espías

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Smiley, espejo de espías
Sorry, my dear, para mí, leer ficción es la más placentera pérdida de tiempo

/ Esteban Carlos Mejía

Para mi omnívoro gusto literario, George Smiley es el mejor personaje de John Le Carré, amo y señor de la ironía y la sutileza en las novelas de espionaje.

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Smiley es gordo, piernicortico, gafufo y cornudo, el espía más anti James Bond del mundo. En el Circus, trasunto del Secret Intelligence Service (SIS), alias MI6 (Military Intelligence, Section 6), se enfrenta durante la guerra fría al Centro de Moscú, a su vez imitación del KGB (Komitet Gosudarstvennoy Bezopasnosti o Comité para la Seguridad del Estado), que comanda el sagaz, violento e inescrupuloso Karla, alma bendita. Con inobjetable don de mando, Smiley es caviloso, analítico y escurridizo como un balón de fútbol. Está casado (y, para mayor oprobio, enamorado) con la hermosa Ann, “última ilusión de un hombre sin ilusiones”, obsesionada en acostarse con todos, jovenzuelos, cuarentones, pintores, mecánicos, affaires que Smiley aguanta con estoicismo. El más doloroso, quizás, es el enredo de Ann con el carismático, coqueto y taimado Bill Haydon, topo de Karla dentro del Circus.

¿Qué es un topo? Un infiltrado. Un lobo con piel de oveja. Un agente encubierto, disfrazado de querubín, con acceso a material secreto. ¿Invención de Le Carré? Ojalá. La ficción tiende a sobrepasar la realidad. En 1963, cinco fulanos, encabezados por Kim Philby, fueron desenmascarados como topos del KGB dentro del MI6, en un escándalo que sacudió los cimientos de la seguridad occidental. Philby, Caballero del Imperio Británico, escapó a Moscú. A cambio de sus desvelos, el Kremlin lo sació con tres recompensas: un pasaporte soviético, un aburrido trabajo de escritorio y una vida insípida, casi mugrienta, hasta su muerte en 1988.

La trilogía de Karla, obra cumbre de Le Carré, habla de tales asuntos: traición, lealtad, complots. En El topo (Tinker, Tailor, Soldier, Spy, 1974), Smiley, como un gato de Angora, deambula por los laberínticos archivos del Circus en busca de documentos, microfilmes u otras pruebas que le permitan tender una trampa al traidor Haydon. En la siguiente novela, El honorable colegial (The Honourable Schoolboy, 1977), ya desenmascarado el topo, Smiley se concentra en descubrir los secretos que Karla ha tratado de ocultar con su maniobra de infiltración. La nueva batalla de la azarosa guerra fría se libra esta vez en Hong Kong, antigua colonia británica en las barbas de Mao Zedong. Y en la parte final de la trilogía, La gente de Smiley (Smiley’s People, 1979), la lucha es contra el mismísimo Karla, auténtica Némesis de Smiley: “Una vida sólo era complemento de la otra, ambas eran causas de la misma enfermedad incurable”. Con paciencia y sabiduría, Smiley consigue la deserción de Karla y su triunfo personal sobre el fanatismo y la intolerancia.

A lo mejor alguien me recriminará: “Desocupado lector, ¿para qué ocuparse de viejas novelas de espionaje? ¿Para qué perder tiempo?”. Con mucho respeto le diré: “Sorry, my dear, para mí, leer ficción es la más placentera pérdida de tiempo”. Y remataré: “Las novelas de espionaje, en general, son una fascinante derivación de las novelas policíacas y, en particular, las novelas de Smiley, o sea, las novelas escritas por John le Carré, están plenas de misterio, análisis y acción, recursos suficientes para aclarar la mente, aguzar la inteligencia y salvar el alma”. ¡Dios bendiga a los espías, llámense George Smiley, Edward Snowden o Julian Assange!

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*Body copy: “El corazón de una frase es el sujeto, pensó Smiley. No es el verbo y, menos aún, el objeto. Es el yo, que exige su ración”.
John Le Carré. La gente de Smiley (Smiley’s People), 1979.
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