Retrato de El Poblado 1990

Retrato de El Poblado 1990
/ Juan Carlos Franco

En 1990 El Poblado era un barrio esencialmente residencial. La Avenida todavía se veía un poco sobrada frente al tráfico. Y no tenía semáforos, no los necesitaba. Casi nunca había congestión. Se podía hacer giro a la izquierda para subir por cualquier loma.
Las transversales, hasta entonces de doble vía, eran un destino algo remoto, con mínimos servicios, aún con enormes fincas y repletas de lotes vacíos.
Para salir de El Poblado hacia Las Palmas inicialmente había que ir hasta Sandiego. Luego se pudo llegar por las transversales hasta el Inter. Algunos valientes se atrevían por la Cola del Zorro, que era peligrosa justamente por su soledad (y bueno, porque allí a veces aparecían “muñecos”).
Para el transporte nos defendíamos con una ruta de buses grandes de Envigado que pasaba por la Avenida y otra por el Éxito. Ah, y una de El Poblado que llegaba hasta el parque y subía por la 10. Nada por las transversales, solo taxis.
Bancos y otros servicios, unos pocos alrededor o muy cerca del parque de El Poblado. Y tal vez en Oviedo y el Éxito y de ahí nada hasta Sandiego o Envigado. Faltaba mucho aún para la llegada de los demás centros comerciales.
Había menos vías pero era más fácil llegar al otro lado del río. Aunque en horas pico siempre había trancones en las glorietas, ninguna tenía paso a desnivel.
Aún quedaba aire limpio por todo el Poblado. Y había parqueaderos suficientes.
Muy pocos restaurantes de buen nivel. Muy elegante, La Bella Época. Comer buena pizza en Rumo’s, mariscos en Frutos del Mar, italiano en Fiorentino y chino en Asia o Shanghai. Cero sushis, peruanos, vegetarianos, etcétera.
Salvo Oviedo y el inolvidable Teatro Subterráneo (¡en un principio al frente de donde hoy tiene su sede este periódico de 500 ediciones!), la gente de El Poblado todavía iba a cine al Centro, donde por supuesto también quedaba la mayoría de oficinas.
Discotecas en las partes altas de las lomas (¿Casa Verde?) o en Palmas (¿Aquarius? ¿Baviera?). Para algo más light, salir con los amigos a tabernas a escuchar Suramérica o trova cubana.
Computadores había en las oficinas, no en las casas. Pero había que pedir turno con días de anticipación. Nos maravillábamos con la velocidad de los procesadores 486 y todavía tenía sentido estudiar programación de computadores. Y mandábamos a revelar los rollos de fotografía. Y pedíamos una llamada a Estados Unidos por el 01, siempre ocupado.
Por supuesto, cero celulares. A la gente había que escribirle una carta por correo, enviarle un fax o llamarla a su casa. Y si alguien estaba llegando tarde no había cómo ubicarla ni avisar nada. Simplemente se esperaba. O se buscaba a la persona entre la multitud. ¿Quién tiene hoy esa paciencia?
Estábamos estrenando elección popular de alcaldes pero vivíamos asustados, sentíamos que el país se desmoronaba con cada atentado o asesinato en plena calle, a cualquier hora. Masacres frecuentes. Vehículos con luz interior encendida en las noches, prohibición de vidrios polarizados. Salíamos poco, la verdad.
Y por eso nos sentíamos reinventando el país con la constituyente de 1990, suponíamos que pondría fin a la corrupción y el clientelismo… y hasta pensamos que se iban a debilitar las mafias. La guerrilla no nos quitaba el sueño, al menos todavía.
Celebramos hasta el extremo la clasificación al Mundial de Italia 90, luego el empate ante Alemania… nos veíamos en cuartos de final… hasta aquella infortunada, nunca bien lamentada pifia de Higuita y Perea para regalarle el gol al viejo Roger Milla, de Camerún.
Uno de tantos choques con la realidad que nos esperaban…
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