Remedios contra la pérdida del alma

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Según Gabrielle Roth, si tú vas donde un chamán y te quejas de estar descorazonado, desanimado o deprimido, te hará cuatro preguntas: ¿Cuándo paraste de bailar?, ¿cuándo paraste de cantar?, ¿cuándo perdiste el encanto por las historias?, y ¿cuándo dejaste de encontrar confort en el territorio del silencio?”
De acuerdo con la misma autora, cuando dejamos de bailar, cantar, ser encantados por historias o de encontrar confort en el silencio, experimentamos lo que se llama una pérdida del alma. Estos cuatro remedios son pilares fundamentales para una vivencia más plena. El estatus terapéutico lo confiere la actitud con que los abordamos. Pienso en el dios Shiva, cuya imagen más venerada es la de un bailarín cósmico. Es un dios danzante y el universo es su danza. Celebra la danza como metáfora fundamental de una vida que es movimiento, flujo, éxtasis, celebración y cuerpo. Debemos permitirse un espacio íntimo para explorar su propio cuerpo, sus propias polaridades, sus propias lógicas a partir de la danza espontánea, desprogramada, caótica y personal.
Propongo espacios de danza y celebración. Una danza sentida, para adentro, consciente, con los ojos y los sentidos abiertos. Una danza dirigida por el alma y no por el afán de seducir, agradar o seguir normas.
Propongo el canto en la ducha, en el carro, en la oficina. No importa la tesitura, la afinación o el tipo de voz. Somos cantantes por naturaleza. Hablo de la necesidad de valorar espacios personales de canto. Canto, eso sí, a todo pulmón, canto sentido, para sacar al aire las resonancias del alma.
Propongo asesinar la Historia para recuperar las historias. Debemos volver a ligar la vida de cuentos, leyendas, mitos contemporáneos y personajes. Hay que recuperar espacios personales para escribir y contar. La historia no es el chisme denigrante, ni la palabra vacía del bar, sino el relato de imágenes que tocan el corazón. No es historia, otra vez, para seducir o capturar, sino para rebelarnos y revelarnos, para mostrarnos frente al otro, para encontrarnos y tejer mundos personales e interpersonales. Las tradiciones llaman a estas historias “palabra viva”.
Por último, propongo espacios de silencio. Aquí está la falencia contemporánea más grande. No hablo del silencio televisado ni el computarizado. Propongo un silencio con alma, con ojos y sin distracciones. Momentos en los que desdibujamos los lugares que habíamos habitado y nos reinventamos y reencontramos. Nadie que haya pasado un verdadero proceso de silencio ha salido sin transformarse. He aquí cuatro remedios que están a la mano para recuperar el alma y el corazón que se pierden entre el afán y las oficinas.
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