Quién soy yo para pedirle a Dios

- Publicidad -

Quién soy yo para pedirle a Dios
Yo lo llamo Dios porque la palabra me parece hermosa y es lo que aprendí desde niña

/ Carolina Zuleta

Hace unos días le sugerí a mi prima Ana que le pidiera a Dios que le ayudara a cumplir un gran sueño que tiene. “Me siento mal pidiéndole a Dios”, me respondió. “¿Quién soy yo para decirle a Él qué hacer?”. Me quedé pensando en su respuesta y haciéndome la misma pregunta… ¿Quién soy yo para pedirle a Dios?

Hace unos años pensaba igual que Ana. Al pedirle a Dios me sentía un poco como cuando se le pide un favor a un amigo de esos que uno ve cada 10 años… con pena. Sin embargo, en los últimos años, gracias a profesores como Deepak Chopra, Marianne Williamson y Gabrielle Bernstein, he aprendido muchísimo sobre espiritualidad y a través de mi oración y meditación he podido experimentarla y vivirla. Hoy, mi día entero es una conversación con Dios; varias veces al día le pido, y no solo me responde sino que sé que Él quiere que le pida. La diferencia está en cómo le pido.

- Publicidad -

Yo lo llamo Dios porque la palabra me parece hermosa y es lo que aprendí desde niña, pero tú lo puedes llamar Universo, Guía Interna, Diosa o hasta Elvis. A lo que me refiero es a esa fuerza superior de amor que vive en cada uno de nosotros.

Antes, mis oraciones eran como “Diosito, por favor, que me acepten en la universidad” o “Diosito, por favor, haz que el hombre que me gusta se enamore de mí”. Hoy me da risa y siento ternura al recordar que para eso utilizaba a Dios. Con razón me daba pena. Ahora entiendo que Dios es esa sabiduría que tenemos dentro, que cuando le pedimos, lo que realmente estamos haciendo es conectándonos con nuestra guía interna para poder vivir y tomar decisiones con nuestro más alto nivel de consciencia. Hoy le pido a Dios cosas como: “Dios, por favor, muéstrame el camino, mándame una señal de lo que debo hacer, enséñame cómo puedo servirle a los demás, si esto no es para mí, por favor llévatelo”. También cuando estoy triste o con rabia le pido: “Dios, por favor, ayúdame a reinterpretar esta situación para poder verla con paz, permíteme perdonar y no juzgar, muéstrame qué es lo que debo aprender aquí”.

Mis nuevas oraciones implican que ahora creo que Dios sabe más que yo. En vez de estarle mostrando qué hacer con mi vida, le pregunto qué es lo que yo debo hacer. Hoy reconozco que desde donde estoy, tengo una perspectiva muy pequeña y miope del mundo y, por lo tanto, no sé qué es lo mejor para mí, mientras que Él lo sabe todo.

Ahora Ana y yo, juntas, le estamos pidiendo a Dios que si ella está en este mundo para ser una médica y ayudar a muchos pacientes, que el resultado del examen sea positivo, y que si Él tiene un mejor plan para ella, entonces que se lo muestre.
[email protected]

- Publicidad -

Más notas

- Publicidad -

Más noticias

- Publicidad -