¡Qué vivan los borrachos!

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Pablo Rolando Arango, magíster en Filosofía de la Universidad de Caldas, escritor de “piezas sin género”, publicó en abril Borrachos grecocaldenses: un libro chiquito en la forma y grande en el contenido
/ Esteban Carlos Mejía

Cuando yo era muy niño y vivía en San Jerónimo de los Cedros, desde la cama de mi abuela oía los brindis de los hombres de la casa: “¡Salutis frutis, última vez que me emborracho!” Se zampaban otro guarilaque, al marrano con lo que lo criaron, gas que pa’dentro vas, hasta verle el fondo al frasco, sin rencores ni pendencias, tiples, guitarras, liras, bandolas, y, a la madrugada, siempre la misma ilusión, quisiera ser la golondrina que al amanecer / a tu ventana llega para ver a través del cristal / y despertarte muy dulcemente si aún estás dormida / a la alborada de una nueva vida llena de amor.

Es fácil volverse borracho. El trago mejora y embellece nuestras percepciones, nuestros desengaños, el ritmo de la sangre, las vibraciones de la pasión. ¿Cómo negarse a tanta dicha? Pablo Rolando Arango es un magíster en Filosofía de la Universidad de Caldas en Manizales. Escribe “piezas sin género, a medio camino entre la crónica y el ensayo”. En abril de este año, bajo el sello Libros Malpensante, publicó Borrachos grecocaldenses, primer volumen de una improbable serie sobre grandes borrachos colombianos. Es un libro chiquito en la forma (86 páginas) y grande en el contenido. Con gracia irresistible, Pablo Rolando presenta cuatro semblanzas de tres borrachines y un puritano. Ahogarse en una copa cuenta sus propias andanzas por cantinas y burdeles de Manzanares, Aranzazu y Pensilvania, en el departamento de Caldas: “primero el sacudón, los ramalazos del trago y la lujuria justo cuando uno se abre paso en la vida, luego el caos y la confusión y, finalmente, la quietud cansina de quien creyó descubrir el secreto fundamental de la vida, a saber: que no había ningún secreto y no era necesario que lo hubiera”. (pág. 37)

En El próximo presocrático, Pablo Rolando nos habla de las obras incompletas de Jorge Iván Cruz, amigo, profesor y colega. Es un relato conmovedor sobre la hermandad entre borrachos, signada por la efímera lucidez de la embriaguez y el vacío al otro lado de la copa. La tercera semblanza toca a Medellín. El último samurái cuenta episodios de la vida, pasión y muerte de Óscar Castro, un ajedrecista entre el tablero y la botella: de la genialidad en el juego a la generosidad sin límites de un campeón que repartía casi a ciegas los premios que ganaba en torneos y competencias. ¡Vaya contrapunto!

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El final es un irónico perfil de Luis Ángel Ramírez, el Caballero Gaucho, abstemio hasta la última gota y autor del himno de los tomatragos de este país de tomatragos, esa canción temperamental y perentoria que dice “no bebas, que no vale la pena / las copas no ayudan a olvidar. / Amigo, no bebas demasiado…”. ¡Salutis frutis por Pablo Rolando! ¡Salutis frutis, penúltima vez que me emborracho!

* Body copy. “Cuando nos encerramos a leer a solas, el gusto de la lectura es un gusto tranquilo e inconsciente de rebeldía. Las obligaciones exteriores quedan temporalmente canceladas y se atenúa el agobio de la realidad. El libro se nos ofrece con una docilidad absoluta: no solo tenemos la potestad de emprender la lectura donde nos dé la gana y de concluirla cuando nos aburramos o cuando nos llegue el sueño, sino que los personajes están esperando a que les demos una cara y les concedamos la existencia”.
Antonio Muñoz Molina. La sombra del lector. Tomado de 21 ensayos. Una selección de Leer y Releer. Universidad de Antioquia, 2015.
* * Vademécum. ¿Magíster? “Titulación correspondiente a la maestría (curso de posgrado)”.

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