Permiso para “poltal el alma”

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Permiso para “poltal el alma”
Esto me hizo dar tres voltacanelas mentales por ese inquietante juego de palabras, ajustable muy precisamente a esta época
/ José Gabriel Baena

En una reciente entrevista que le hizo CNN a un diputado de la asamblea de Georgia, el hombre se dolía de que la legislatura de mayoría republicana de su estado hubiera agregado otro parágrafo a la famosa “Segunda enmienda” sobre la libertad de los ciudadanos para comprar y portar armas para la defensa de la Patria. Esta vez le sumaron el permiso para llevar esas armas tranquilamente en las cantinas, iglesias y cementerios georgianos -una maléfica secuencia lógica-, lo cual, según el legislador, convertía a su estado en el hazmerreír de USA. Así son por allá.

Pero a mi modo de ver, lo más interesante de la entrevista radicó en que el diputado, de origen portorriqueño y hablando en ese español cantadito propio de esa isla donde son incapaces de pronunciar la “rr”, repetía una y otra vez la expresión “el pelmiso pa poltal el alma”, refiriéndose, por supuesto, a “el arma”. Esto me hizo dar tres voltacanelas mentales por ese inquietante juego de palabras, ajustable muy precisamente a esta época donde el alma de tres mil quinientos millones de humanos, que no se separan de su celular ni para hacer el amor –como se ve en muchas películas-, se ha fundido con el aparato. Todas esas almas de la mitad de la población mundial, contando bajito, se han integrado inermes a los microchips de los teléfonos inteligentes, donde se aloja su total intimidad para su dispersión vergonzosa en las telarañas sociales.

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¿Y en dónde estamos vos y yo, oh alma mía?, me pregunté desde mi anacronismo cibernético marca Windows 97. Para responderme acudí al montón de papelitos escritos a mano que guardo y abundan en mi escritorio sobre “el alma, el amor y otras invisibilidades” y me encontré en desorden, con y sin autores referenciados, con estas frases al respecto: Vida del cuerpo es el alma y vida del alma Dios. Aunque el cuerpo a tiempo muere, el alma por siempre vive. Dentro de nosotros hay algo que no tiene nombre y ese algo es lo que somos. Mi alma es una orquesta oculta. No sé qué instrumentos, qué cuerdas y arpas y tambores hago sonar en tropel dentro de mí. Lo único que escucho es la total sinfonía. Y mi alma se impacienta consigo misma, como con una niña gemela. Su desasosiego siempre está creciendo, y es siempre lo mismo: todo me interesa pero nada me atrapa, asisto a todo pero soñando todo el tiempo. Soy dos con mi alma pero ambas mantenemos la distancia. El hombre desarrolla en sí el espíritu y los órganos a través de los cuales el alma y los mundos del misterio se abren ante sí. Para aquellos que no posean tan altos sentidos, esos mundos espirituales son oscuros y silenciosos. Pero apresurémonos, reunámonos en uno solo, nuestras bocas rotas, nuestras almas mordidas por el amor, de modo que el tiempo nos descubra, destruidos, a salvo.

Yo por mi parte debo decir prosaicamente que mi alma la porto caminando a todas partes, incluso a los mercaditos y comercios donde juntos nos regocijamos con la belleza de las frutas y verduras, y las vestiduras que allí exhiben, aun sin poder comprarlas. Con el poeta Rubén Darío canto: “Tú eres un Universo de Universos y tu alma una fuente de canciones”. Y con Charles Chaplin: “Tu cuerpo desnudo sólo debe pertenecer a quien se enamore de tu alma desnuda”. Rematemos con este puntillazo del siempre sabio Wilde: “Yo bebo para separar mi cuerpo de mi alma”. Brindo por todo ello con una copita ardiente de limonada al alba.
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