Obras del Museo Ed.374 / El Jardín de Luxemburgo

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Las obras del Museo de Antioquia… una visita guiada
 
  El Jardín de Luxemburgo (Ed. 374)
El pintor se basa en la que sabe que es una habilidad natural
de nuestra mente para establecer una relación casi inmediata entre este conjunto de manchas artificiales y la experiencia, para descubrir en ellas un paisaje natural
 
 
Por: Carlos Arturo Fernández U., miembro del Grupo de Investigación en Teoría e Historia del Arte en Colombia, de la Universidad de Antioquia. Profesor de la Facultad de Artes de la Universidad de Antioquia.
 
“El Jardín de Luxemburgo”, de Eladio Vélez (Itagüí 1897 – Medellín 1967), nos ofrece la oportunidad de reflexionar acerca de las relaciones que existen entre el arte y la realidad representada. Y aquí el problema cobra mayor fuerza porque la mayoría de nosotros estaríamos dispuestos a reconocer que, en una obra de esta clase, el artista pretende transcribir las apariencias del mundo exterior, de manera más o menos aproximada a nuestras propias experiencias cotidianas.
“El Jardín de Luxemburgo” es una pintura al óleo sobre tela, de 51 por 46 centímetros, realizada por Eladio Vélez en 1928, como resultado de su paso por París. Pero, ¿qué significa que el artista transcriba aquí sus experiencias de la realidad si, en efecto, lo que vemos en la pintura es algo completamente diferente al mundo exterior? Lo que se pone en duda es que, incluso en una pintura figurativa como la de Eladio Vélez, el arte pueda reducirse a una simple trascripción de la naturaleza.
La más elemental observación de esta pintura nos permite caer en la cuenta de la gran distancia que existe entre la superficie pintada y la realidad que representa. Basta pensar en el contraste que percibiríamos si comparáramos directamente el paisaje de Eladio Vélez con una arboleda cualquiera. Es evidente que, puesto el uno junto a la otra, no se parecerían prácticamente en nada. Las manchas que vemos aquí no son hojas, ni la de Eladio Vélez es la única manera cierta de dar su apariencia. En realidad, lo que ocurre es que el artista no se plantea el problema de transcribir o de copiar lo que ve, sino de trasladarlo al medio de la pintura, con base en unos recursos técnicos determinados; en este caso, con las manchas de color que crean la sugerencia de los efectos de luz sobre las hojas y los árboles.
Visto de esta manera, no hay en el artista ningún interés de engañar nuestra mirada; por el contrario, el pintor se basa en la que sabe que es una habilidad natural de nuestra mente para establecer una relación casi inmediata entre este conjunto de manchas artificiales y la experiencia, para descubrir en ellas un paisaje natural.
Pero, al menos en este caso, tampoco se trata de un conjunto de manchas caprichosas y sueltas, sino de efectos cuidadosamente relacionados. Eladio Vélez crea una escala de tonos de color que parten desde el bajo fondo brillante, amarillo azuloso y sube y se acerca a nosotros en una variedad de verdes. Y, con esos recursos, el artista crea un paisaje que es convincente, es decir, que nos sugiere la realidad, pero que no oculta, en ningún momento, que no estamos frente a una arboleda sino ante una pintura creada a partir de elementos que no son los de la realidad.
Durante muchos siglos nos acostumbramos a mirar y pensar el arte como una mera imitación de las apariencias. “El Jardín de Luxemburgo”, de Eladio Vélez, nos abre una ventana hacia un panorama mucho más rico y complejo donde descubrimos las posibilidades creadoras del artista.
 
 
 
 
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