Obras del Museo Ed.369 / La alacena

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Las obras del Museo de Antioquia… una visita guiada
 
  La alacena (Ed. 369)
 
 
Por: Carlos Arturo Fernández U., miembro del Grupo de Investigación en Teoría e Historia del Arte en Colombia, de la Universidad de Antioquia. Profesor de la Facultad de Artes de la Universidad de Antioquia.
 
A partir de una concepción clásica del arte, que se remonta a la época de los griegos y, en concreto, al pensamiento de Platón, durante muchos siglos se acostumbró a considerar las obras artísticas desde el punto de vista de directas representaciones de la realidad. Sin embargo, este planteamiento fue demolido por la producción de los artistas, desde finales del siglo 19 hasta el presente.
“La alacena”, pintura al óleo sobre lienzo, de 169 por 130 centímetros, realizada por Fernando Botero en 1993, es un claro ejemplo de que la obra de arte actual no se contenta con entregarnos las meras apariencias del mundo que nos rodea. Y quizá ninguna obra a lo largo de la historia pueda reducirse a eso. El artista no se limita a transcribir lo que ve, ni siquiera en un caso como el de esta pintura que es figurativa y nos ofrece una imagen que reconocemos de manera inmediata.
Fernando Botero, lo mismo que cualquier otro artista en su respectiva obra, nos propone una ampliación de los marcos de la realidad. Por supuesto, reconocemos aquí cada uno de los elementos: desde la estructura del mueble, ubicado cerca de un ángulo en un espacio interior, pasando por las frutas, tortas, confituras y objetos variados, hasta los detalles de la bombilla encendida o de la puerta que parece que acaba de ser abierta, pues aún encontramos la llave sobre la alacena, lo que sugiere la presencia de alguien que anda cerca. Pero lo que vemos es más que lo simplemente real, gracias a las transformaciones generadas por el pintor. Y ellas son diferentes en cada artista porque corresponden al carácter propio de su obra y de sus intereses.
En el caso de Botero ese es un descubrimiento juguetón y simpático. Quizá nos llame la atención la cantidad de tortas y galletas que, seguramente, no cabrían en una vasija real, como tampoco los cubiertos en su vaso de cristal, y nos produzca una sonrisa encontrar las banderitas que coronan dos de esas delicias. O nos demos cuenta de que las cerezas son esferas perfectas que no cabrían por la boca del frasco que ocupan. O nos parezca poco habitual encontrar los trozos de la naranja partida.
Se puede siempre preguntar qué busca Botero con todo eso. Pero lo fundamental es que el artista va más allá de reproducir una realidad conocida y, en último término, lo que logra es ampliar los límites de lo que puede ser mirado, dicho y representado. Y con ello amplía nuestras posibilidades como sujetos que vivimos en el mundo e intentamos darle un sentido humano a lo real.
En el fondo, además de la suya, “La alacena” abre otra puertecita: la del hombre hacia un universo de preguntas y de búsqueda de significación.
 
 
 
 
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