Obras del Museo Ed.359/ Naturaleza en silencio

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Las obras del Museo de Antioquia… una visita guiada
 
  Naturaleza en silencio (Ed. 359)
Textos de Carlos Arturo Fernández, profesor de Artes de la Universidad de Antioquia y miembro del Consejo de Curaduría del Museo de Antioquia, para Vivir en El Poblado.
Aunque en el desarrollo de la representación la de la calle sea
una realidad más lejana, en el plano de la percepción se convierte en el elemento primordial
 
Entre 1941 y 1942, el pintor Carlos Correa (Medellín, 1912 – 1985) protagonizó los que han sido, quizás, los escándalos más intensos de la historia del arte en Colombia, en el marco del II y del III Salón Nacional de Artistas. En ambos, el centro del debate fue ocupado por la obra Anunciación, que fue sucesivamente premiada, descalificada, exaltada, criticada como sacrílega y expulsada, en medio de diatribas que impidieron comprender mejor los demás trabajos presentados por el artista.

Naturaleza en silencio, un óleo sobre lienzo de 150 por 130 centímetros, realizado en 1942, mereció, junto a la debatida Anunciación (entonces presentada con el título de Desnudo), el primer premio en pintura en el III Salón Nacional, en ese año. Y contra las circunstancias de su primera aparición, el cuadro, como su nombre lo anuncia, se impone a partir del silencio, por sus condiciones visuales.

Es evidente que Carlos Correa no quiso reducir esta obra a la presentación de una naturaleza muerta tradicional, como podría sugerir el primer plano. Instrumentos musicales, frutas, botellas y hasta la calavera de animal recuerdan los bodegones clásicos, con sus símbolos de vida y muerte consolidados a lo largo de la historia del arte.

Correa, en oposición a lo habitual, ubica estos elementos contra un ventanal abierto a la ciudad, no en un ambiente cerrado sobre el arte mismo, y con ello logra crear toda la fuerza visual y simbólica de su obra.
Desde una perspectiva visual, el cuadro nos enfrenta con una serie de puntos de vista y de espacios diferentes: el primer plano del bodegón, la estructura geométrica de la ventana que, casi paralela con el borde superior, crea una violenta diagonal que separa el interior del exterior y, sobre todo, el espacio externo, estructurado a partir de diagonales contrapuestas a las del ventanal.

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Y dentro de esos contrastes, quizá lo fundamental es la luminosidad de la calle, lograda a partir de colores puros, intensamente cálidos, rojos y amarillos, que, por eso mismo, se nos imponen: aunque en el desarrollo de la representación la de la calle sea una realidad más lejana, en el plano de la percepción se convierte en el elemento primordial.
Y justamente en esa divergencia entre representación y percepción se afirma el potencial simbólico y significativo de la obra. Esta Naturaleza en silencio de Carlos Correa, abierta a un paisaje de casas modernas y corrientes, grita que el arte no puede encerrarse sobre sí mismo, que no se basta ni se justifica por sus puros juegos formales, y que su único sentido y validez se descubre en la vinculación con la vida real, la vida vivida del hombre concreto y actual. En este sentido, la obra de Correa logra una fuerza política inusitada.

 
 
 
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