Obras del Museo Ed.235/El despertar del indio a la civilización

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El despertar del indio a la civilización, del pintor mexicano Diego Rivera, fue durante mucho tiempo la obra más importante dentro de las colecciones del Museo de Antioquia. Se trata de una pintura de gran formato, de 227 por 158 centímetros, realizada en la técnica de la témpera en el año de 1943.

La importancia de la obra debe entenderse, ante todo, en un sentido histórico. En efecto, desde los años veinte, el arte que se desarrollaba en el contexto de la Revolución Mexicana aparecía como uno de los más vitales en todo el mundo, con un fuerte sentido político y social. La pintura, especialmente la que se expresaba a través de frescos y murales públicos, era herramienta educativa al alcance de todo el pueblo.

Aunque puede demostrarse que los principales muralistas colombianos, como Pedro Nel Gómez, se remiten a un punto de partida independiente en su trabajo artístico, es innegable que los mexicanos ejercieron una influencia definitiva en toda América Latina con sus ideas de un arte político, público, didáctico y popular. Y precisamente esas serán las características que las décadas posteriores rechazarán en este tipo de pintura, definida con frecuencia como demasiado retórica, anecdótica y comprometida con causas exteriores al arte mismo.

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Sin embargo, en este sentido, El despertar del indio a la civilización aparece como una pintura especial. Es evidente que el tema continúa vinculado con las ideas fundamentales de los muralistas mexicanos, pero aquí Diego Rivera lo desarrolla sin detenerse en pequeños detalles, no como un hecho cotidiano sino con un sentido casi mítico, con una contundencia desconcertante, como una realidad plástica.

En realidad, la figura del personaje desaparece ante nosotros, reemplazada por una imagen que no podemos identificar con unos rasgos individuales porque los oculta el sombrero y la gran manta casi abstracta. Es un indígena concreto, decidido en una actitud que apenas se manifiesta en la solidez de las piernas y de la mano con la hoz, arma y herramienta de trabajo al mismo tiempo, respaldado por la montaña. Pero no es ninguno indígena en particular: es una clase, un pueblo, una sociedad.

Y se comprende el interés despertado por esta obra, que venía a demostrar la posibilidad significativa del arte, en un medio como el nuestro donde, a nivel oficial, se privilegiaba entonces la mera referencia anecdótica al paisaje y al folklore.


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