Nos está dejando el tren

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Por: Juan Carlos Velez
A las montañas antioqueñas debemos muchas cosas, entre ellas la raza pujante y emprendedora que forjó un hombre dispuesto a enfrentar los retos de una naturaleza agreste como la nuestra, y a una sociedad que inmersa en unos valles alejados de las costas, ha sido factor fundamental para llevar nuestros productos a los más recónditos lugares del mundo.
Hoy esas mismas montañas se han convertido en una barrera que debemos volver a franquear en este competitivo siglo 21, en el cual el concepto de “globalización” se ha convertido en un paradigma inevitable. La supervivencia de Antioquia depende de cómo sepamos enfrentar las desventajas competitivas y comparativas de nuestra región, que amenazan el desarrollo de diversas actividades económicas que tradicionalmente nos han dado el sustento.
Antioquia es un departamento complejo mirándolo desde la óptica de la conectividad en todo sentido. Su capital Medellín y sus municipios anexos están bastante alejados de las costas donde se encuentran los principales puertos. Este centro industrial, comercial y de servicios en el cual se concentra más del 70 por ciento del PIB del departamento, se halla a 16 horas del puerto más cercano en el Caribe y a otro tanto del Océano Pacífico. Yo me pregunto, ¿Qué otra población de más de un millón de habitantes en el mundo es capaz de ser competitiva cuando existen esas enormes distancias para acceder a los puertos?
Unos dirán, bueno, varios ubicados en el centro de Europa o al interior de la China o de la India. Pero la diferencia está en que dichas ciudades cuentan, o bien con ríos navegables todo el año o una red de canales muy bien concebida, además con una infraestructura ferroviaria que facilita a bajos costos, la movilización de los productos de exportación hacia sus puertos.

¿Donde están las carrileras?
Sigo insistiendo que en Antioquia es indispensable seguir pensando en mejorar nuestra infraestructura de comunicaciones, que nos permita acceder a la conectividad que hemos venido planteando. Sigo insistiendo que debemos los antioqueños revivir con decisión, y no con meros proyectos, nuestro ferrocarril. Infraestructura que prácticamente hoy es inexistente por la desidia del Estado, pues las carrileras con las que contábamos hace unos pocos años han sido desmanteladas; sus zonas de reserva están invadidas y los puentes y estaciones, a las cuales no se les ha dado mantenimiento en muchos años, derruidas.
¿Cuánto vale reconstruir nuestro ferrocarril? ¿Mil, dos mil o tres mil millones de dólares? ¿Cuántos Pescadero-Ituango? Es verdaderamente lamentable que los antioqueños hayamos dejado acabar nuestra infraestructura férrea y que nos haya importado un “pito”. Si nos hubiésemos preocupado por este asunto, mínimo ya hubiéramos señalado a los responsables, y hasta ahora no conozco el primero.
El ferrocarril no debe seguir siendo considerado como un modo de transporte inocuo. No podemos seguir con la idea que por tener un Valle de Aburrá rodeado de montañas y un departamento con nuestras características geografías, lo mejor es pensar en carreteras que en carrileras, y que por lo tanto es “quemar pólvora en gallinazos” el insistir en revivir el tren; el que venía de Bolombolo y el que iba para Puerto Berrío. Y tampoco pensar en nuevos trayectos como Urabá, la Costa Atlántica por Caucasia y otros tantos más.
Gracias a Dios nuestros abuelos tuvieron la visión de conectarse con el Río Magdalena a través del ferrocarril. ¿Qué sería de Antioquia si nuestros antepasados hubiesen escuchado a los mismos hombres que hoy pregonan que la única forma de conectar a nuestro departamento con los puertos es a través de los desarrollos viales? ¡Qué pesar!

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