Nora Londoño cuida cofres mágicos que germinan

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No hay día en el que Nora no se despierte en medio de un concierto. Es una armonía natural producida por los trinos de cucaracheros, pinches, caciques candelas, guacharacas y otra especie que visita su casa con frecuencia, pero que tiene un nombre “algo feo”, que no quiere mencionar, pues “no se compadece con su belleza”.

Nora Londoño y su familia viven en la vereda El Carmen, parte baja del municipio de El Retiro. A unos dos kilómetros de la zona urbana tienen un paraíso. Se llama Cantos de Agua. Una hectárea de bosque que se logró recuperar con especies nativas y en peligro de extinción: allí hay magnolios, de maderas muy finas, que pueden crecer hasta 25 metros, y tres abarcaduras; chaquiros, pinos montaña, plantas de sotobosque o anturios. Han atraído hasta a 18 variedades de colibríes.

Toda esa labor la ha hecho Nora en compañía de su esposo Jorge Toro y su familia. Ha sido un trabajo mágico, dice ella, tanto como ver la manera en la que una semilla se puede convertir en un siete cueros o cómo en una semilla de unos centímetros está escondida una ceiba gigante. “Son como cofres mágicos”, anota, solo hacen falta las condiciones ideales para despertar su potencial.

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Este espacio, al que le reconocen una energía especial, puede ser visitado por el público con un costo de ingreso de 25 mil pesos. Se ha convertido en un atractivo para los amantes de las aves, que llegan allí desde diferentes partes del mundo para observarlas y fotografiarlas.

La labor que se hace desde Cantos de Agua busca generar conciencia sobre el cuidado de los bosques; sin estos no hay agua, se dispara el clima y no hay cómo purificar el aire, explica Nora. Son un “patrimonio invaluable”, amenazado por la ganadería extensiva, la minería ilegal, la expansión urbana, la extracción ilegal de madera, los cultivos ilícitos y otros factores.

Este siempre fue el sueño de Nora y de Jorge. Cuando salieron de la universidad se radicaron en un pequeño lote cerca de Sonsón, donde iniciaron una granja que llamaron Mi Ranchito. Allí realizaron un trabajo comunitario y formativo durante 21 años hasta que la guerra de todos los frentes los obligó a salir con mochila en mano para la ciudad y dejarlo todo para buscar nuevos caminos que finalmente los condujeron a El Retiro.

Madremonte, tras los bosques del Oriente

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