“Luego de 30 años seremos felices al no ver más este esperpento”

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El miércoles 17 de diciembre de 1986, Martha Congote celebraba su cumpleaños junto a su esposo Álvaro Vélez, su hijo Lucas y otros familiares en su apartamento, el 803 del edificio Bahía. Mientras, en el edificio del lado, el Mónaco, una gran cantidad de personas rezaba y cantaba la Novena de Navidad, las mismas que de repente, antes de las 7:00 de la noche, comenzaron a evacuar el inmueble con tanto sigilo y tanta rapidez que a todos quienes la acompañaban les pareció, por lo menos, curioso.

Minutos después se enterarían por las noticias de que una acción criminal dirigida por Pablo Escobar Gaviria había acabado con la vida del director del diario El Espectador, Guillermo Cano, y entonces entendieron todo lo que habían presenciado desde el ventanal de la sala del apartamento, el mismo sitio por el cual divisaron todos los días, durante 34 años, el interior de la edificación que será derribada este viernes 22 de febrero en la mañana.

Eran hasta buenos vecinos, atina a decir Álvaro. Recuerda las fiestas elegantes que organizaba Victoria Eugenia Henao, la esposa del narcotraficante, a quien elogia por su “buen gusto para la decoración”, sin olvidar los ritmos gitanos que interpretaba un violinista, que le encantaban.

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Del principio hasta el fin del edificio

La familia Vélez Congote llegó al edificio Bahía cuando el Mónaco estaba en construcción. La única información que poseían de dicho inmueble era que pertenecía a un político. “Era un edificio hermoso”, cuenta Martha, mientras señala desde el ventanal de su apartamento la zona en la que se encontraba la piscina interior, el sitio en el que en algunas ocasiones creyeron ver a Escobar por la gran cantidad de guardaespaldas que rondaban la terraza, y que incluso los obligaba, por temor, a cerrar las ventanas y apagar las luces.

“Al principio todo era normal, no sospechábamos nada, no pasaba nada en ese edificio, salvo las fiestas que realizaban. También veíamos a los hijos de Escobar jugando: el mayor le daba vueltas a la manzana en una cuatrimoto y se entraba a las 11 de la noche cuando la mamá lo regañaba”, acota Álvaro.

De a poco se fueron enterando de las andanzas del dueño del edificio, pero todo continuaba transcurriendo con normalidad.

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El 13 de enero de 1988, Álvaro regresaba a su trabajo en Industrias Noel, tras disfrutar unas vacaciones en la Costa en familia. Le faltaban pocos minutos más de sueño cuando a las 5:15 de la mañana sintieron el estruendo. Lo primero que hicieron él y Martha fue correr a la habitación de Lucas, quien tenía tres años, y tras asegurarse de que estaban todos bien, corrieron hacia las escaleras para salir a la calle.

En el camino se enteraron de que una bomba había explotado en la parte trasera del edificio Mónaco, es decir, a todo el frente del edificio Bahía, donde ellos vivían.

Dice Álvaro que la reparación del apartamento les costó el mismo dinero que habían tenido que pagar por el nuevo, cuatro años antes. “Los muebles de la sala se corrieron hasta la entrada de la casa, encontramos teteros regados por el comedor que estaba guardados en la nevera. Solo un vidrio de la cocina no se quebró”, señala Martha.

Esa fue solo una de las cinco bombas que como vecinos del Mónaco les tocó padecer. Aún así nunca tuvieron la idea de mudarse.

Sin embargo, para este viernes 22 sienten que están en una mudanza. Todos los muebles, escritorios, comedor, camas se encuentran protegidos con cobijas y sábanas y alejados de los ventanales. Aún, al mediodía de este jueves 21, no sabían para dónde se irían cuando tengan que evacuar el edificio a las 6:00 a.m. del viernes. Tampoco saben qué harán con los dos carros, aunque una vecina les ofreció parquearlos en su urbanización, a dos cuadras del Bahía.

“Estamos felices, que llegue la hora de no ver más ese esperpento. Será maravilloso que nos construyan un parque, que esto quede como un Manhattan”, señalan.

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