“Me gustaría tener al frente a Posadita” (y 2)

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“Me gustaría tener al frente a Posadita” (y 2)
Norela Agudelo revive los pormenores de la muerte de su hermana, el crimen que hace 43 años conmocionó a Medellín


Norela Agudelo y Ana Agudelo

Por Luz María Montoya Hoyos
Una vez más ese domingo, Norela regresó sola a su casa, después de ir por segunda vez al edificio Fabricato a preguntarle en vano a “Posadita” por la suerte de su hermana.
“Hasta estaba enojada con Ana porque pensé que tenía programa y me había dejado esperando”, confiesa Norela con una sonrisa de culpabilidad. Y es que Ana era una mujer casera. “Era súper juiciosa. Era más andariega yo, que me tocaba ir a trabajar a Caldas. Todos los días yo la esperaba en el Centro porque a ella no le gustaba andar sola, y nos íbamos juntas para la casa. El de ascensorista fue su primer y último trabajo”.
Norela interrumpe su relato para expresar lo mucho que le gustaría que Ana estuviera viva. “Aunque tengo esposo e hijos me siento sola, era mi única hermana”. Recuerda su carisma y, sobre todo, lo conversadora que era. “Se sentaba en la palabra y todo el mundo se tenía que callar porque ella era la que hablaba”.
“Ese día por la tarde fueron varias amigas a buscarla, pero nos limitamos a decir que había salido, porque no queríamos armar un escándalo sin necesidad. Nos acostamos y a las 12 de la noche mi mamá se tiró de la cama y llamó otra vez al edificio. Posadita ya se había ido y estaba el otro celador. Desesperada le dijo: “Buscá en el sótano, en los tanques del agua, en todas partes a ver qué pudo haber pasado porque Ana se desapareció y ella no es de las que se desaparece”.
“El señor destapó tanques de agua pero no vio nada. Ya lo que Posadita había hecho, lo había hecho”.

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Hallazgo macabro
En los 11 días siguientes Norela debió sacar la fortaleza que no sabía que tenía. Pusieron la denuncia en la Policía, pidieron la ayuda de la Defensa Civil, publicaron la foto de Ana en los periódicos locales y empezaron las llamadas, aquellas bromas macabras y especulaciones que hablan de la condición humana y la indolencia con el dolor ajeno. “Ese tiempo fue tremendo, pues nos decían de todo: que era una trata de blancas, que la vieron drogada en tal parte, que la vieron por tal otra, que estaba en Bello… Y donde nos decían, allá estábamos”.
Aparentemente en el edificio no había nada raro y Posadita seguía trabajando en forma normal, aunque más retraído que de costumbre. “Los de la cafetería contaban que no volvió a comer, que en esos días solo tomaba leche y aspirina. Pero no hay crimen perfecto. El 24 de octubre estaban las directivas en una reunión y empezaron a sentirse olores extraños. Destaparon el ducto del aire acondicionado y apareció la cabeza. Empezaron a buscar por todas partes y encontraron enterradas en el sótano partes de su cuerpo y otro paquete encima de la iglesia”.
“Alguien debía reconocer la cabeza. Yo mandé al papá al anfiteatro pero no la reconoció porque hacía muchos años no vivía en la casa. Entonces me tocó ir a mí. La identifiqué porque mi papá tenía un verdecito en los dientes y ella le sacó ese verdecito. Volví a la casa y al poco rato llevaron su ropa: un pantalón naranja, un suéter verde, las llaves de la casa y unas botas blancas, y ahí sí no cabía duda porque yo tenía de las mismas, nos las había traído un tío. Y empezaron: que se encontró esto, que ese encontró aquello, todo el día, toda la noche; a mi mamá hubo que inyectarla. A Ana la llevamos a la casa y yo hice sellar la caja para que no fuera una novedad, porque eso era una romería”.

Por un poco de paz
“Semanas después del sepelio mi mamá llegó a la casa y nos dijo que ya estaba más tranquila, que había hecho desenterrar a Ana para verificar que sí estuviera enterrada porque, como yo hice sellar el ataúd, ella no creía que estuviera allí. Le sacó todo el concreto que tenía, limpió los pedacitos, la volvió a enterrar y quedó tranquila. Usted sabe que mamá es mamá”, nos explica Norela adivinando nuestro desconcierto.
¿No han averiguado si se pueden examinar el ADN de Ana y el de Posadita?, le preguntamos. Y por respuesta nos terminó de contar la historia. Hace cuatro años doña María Nazareth, anticipándose a su muerte, le pidió a Norela que sacara los restos de Ana y los de León (otro de los hijos muertos), que los cremara juntos y los pusiera en el mismo osario para que a ella le quedara espacio. Y así fue. Reposan los tres en una cripta del cementerio de San Pedro, la misma que hace poco visitamos con Norela. Así las cosas, Ana, literalmente, se llevó los pormenores de su muerte a la tumba.

La última versión
Al pasar los años, Norela conoció de manera casual otros detalles que le permitieron atar cabos y deducir el posible final de Ana. Antes de marcharse a Manizales, Norela trabajó en el almacén La Feria de Londres. Allí conoció a una joven cuyo sobrino había estado en la cárcel con Posadita, quien les dio su versión. “Que ella sí llegó al edificio, que él iba a abusar de ella y que ella lo arañó para defenderse, salió corriendo y al llegar al décimo piso cayó sobre el pasamanos. Ahora creo que él la cogió y creyó que todavía estaba viva, por eso cuando yo fui la primera vez me dijo que había salido, esperando que ella volviera en sí para poder mandarla para la casa, pero nunca pensó que ella estuviera muerta. Entonces la reacción que él tomó fue descuartizarla y enterrarla en todas partes”.

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Cuando se sacudió el símbolo
Es curioso que en una ciudad que llegó a ser catalogada como la más violenta del mundo, un crimen cometido hace más de cuatro décadas continúe en la memoria colectiva. Y eso sucedió con el llamado Caso Posadita o Crimen del sótano, hecho que conmovió a Medellín a partir del 24 de octubre de 1968, cuando fue hallado descuartizado en más de 100 pedazos, distribuidos en ductos, paredes, tubos del edificio Fabricato y techos vecinos, el cuerpo de su ascensorista, Ana Agudelo. Situado en el cruce de las vías Junín y Boyacá, este era la sede de uno de los símbolos del empresarismo antioqueño. El edificio, declarado bien de interés cultural municipal en 1991, fue construido en 1950 y por muchos años se constituyó en el principal referente del Centro de la ciudad.

Infiernos paralelos
A Abel Antonio Saldarriaga “Posadita”, lo detuvieron como el principal sospechoso del asesinato de Ana Agudelo pues era la única persona que estaba en el edificio Fabricato el día que ella entró a recoger su uniforme y no volvió a salir. Además, sus compañeros de trabajo declararon que el tímido Posadita estaba enamorado de ella.
En 1971, dos años y medio después del hecho, fue hallado culpable por un jurado de conciencia. Se le condenó por homicidio, sin el agravante de premeditación, a 20 años de prisión que se redujeron a 11, sentencia cumplida en La Ladera y en la isla prisión Gorgona.
El juicio se convirtió en una especie de circo, donde el acusado era recibido como héroe por cientos de personas, mientras él los saludaba sonriente y con los brazos en alto, según detallan los artículos periodísticos de la época.
La familia de Posadita, al igual que la de Ana, vivió un infierno. Su esposa y sus hijos, habitantes del barrio Santa Cruz, debieron ser protegidos en la casa cural del sector, pues tenían amenazas de linchamiento. Para su sustento, se ayudaron durante muchos años con el dinero que Posadita ganaba haciendo artesanías en la cárcel.
La esposa de Posadita murió poco después de que este pagara su condena.

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