Lo de la bulla es en serio

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Además de la sordera parcial, otras de las consecuencias que según la Organización Mundial de la Salud ocasiona el ruido en los seres humanos son estrés, mala comunicación interpersonal, insomnio, disminución del rendimiento y la concentración; alteraciones cardiovasculares y metabólicas que se manifiestan con cefaleas, aumento de presión arterial y ritmos cardíacos, junto con incremento de niveles de colesterol y glucosa en la sangre. El efecto más común y el que incita a las personas a quejarse es el malestar, identificado como intranquilidad, inquietud, desasosiego, depresión, desamparo, ansiedad o rabia, estados muy opuestos a la definición de salud que da la OMS: “Estado de completo bienestar físico, mental y social, no la mera ausencia de enfermedad”.
Y eso es justamente a lo que están expuestos quienes padecen la contaminación auditiva en la Zona Rosa, uno de los sitios “críticos” con más ruido en Medellín, según un informe reciente de la Dirección Ambiental del Área Metropolitana. Aunque las consecuencias pueden variar de acuerdo con la sensibilidad de cada persona, el número de horas de exposición al ruido y la intensidad de este, para la OMS no hay duda de que la contaminación sónica es uno de los factores que más está afectando hoy la calidad de la vida de los seres humanos.

Bola de nieve
Aparte de la música en bares y discotecas, de los pitos y rugidos de carros y motos, en una reunión reciente de las autoridades municipales con residentes y comerciantes de la Zona Rosa, muchos se quejaron del ruido generado por los vehículos que publicitan licor y cigarrillos, y de las papayeras a altas horas de la noche. Es decir, son multiplicidad de fuentes que obligan a unos a gritar más para que los demás los oigan, o a aumentar el volumen de sus televisores, radios o equipos de sonido, creando un efecto de bola de nieve, como lo han detectado estudiosos del tema. Otros optan por tomar medicamentos para dormir o pastillas tranquilizantes, con las consecuencias que a largo plazo pueden traer, y, los que pueden, se refugian temporalmente o de manera definitiva en sus fincas de recreo. En resumen, el aumento en los niveles de ruido desencadena una serie de hechos que modifican el comportamiento social.

Camino a la sordera
Entre diciembre de 2008 y el 11 de julio de este año, el Área Metropolitana evaluó en cercanías del Parque Lleras 59 establecimientos abiertos al público. “En esa primera evaluación los 59 establecimientos sobrepasaron el nivel de ruido permitido, y a la fecha solo seis de ellos han hecho las insonorizaciones pertinentes”, dice María Edilia Arboleda, profesional de Control y Vigilancia del Área Metropolitana. “Están en un promedio entre 75 y 80 decibeles y el máximo permitido es 55 en la noche. Y eso que la medición es afuera del establecimiento, no adentro porque la cifra aumentaría”. Según eso, los más afectados por el ruido serían los mismos trabajadores de los establecimientos y, claro, los comensales. “Les he dicho: piénsenlo ustedes mismos porque la sordera es una enfermedad que se va adquiriendo y no nos damos cuenta”, comenta al respecto la funcionaria del Área Metropolitana.

Con las manos atadas
El Área Metropolitana remitió los reportes a la Inspectora 14B de El Poblado, Ana María Arredondo, con el fin de iniciar los respectivos procesos. “De esos establecimientos hemos sancionado 10 ó 12 pero ninguno ha sido cerrado por ruido”, afirma la Inspectora. Para ella, existe un problema adicional y es que aunque muchas veces los establecimientos hacen las mejoras y se limitan a los decibeles permitidos (55) “el ruido tiende a salir y la gente se sigue quejando de que no puede dormir pero los inspectores no tenemos como actuar porque no hay informes técnicos sobre la afectación a la salud de las personas. La autoridad que está delegada para efectuar estas mediciones en las viviendas es la Secretaría de Salud, pero no está ejerciendo esas funciones. Estamos a la espera de que el Tribunal falle y decida cuál va a ser la entidad competente para hacerlas”.
Eso significa que actualmente en Medellín no se están haciendo los estudios pertinentes en las casas de los afectados por el ruido, para determinar la afectación en la salud de las personas, lo cual daría más herramientas para efectuar sanciones o, al menos, para crear conciencia sobre la necesidad de bajarle al ruido. No se trata de un capricho sino de la vida misma.

 
     
 
 
 
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