Licencia moral y la ciudad insostenible

El protagonista de la ciudad-región es el carro, entonces borramos con el codo lo que hacemos con la mano y por haber hecho un par de cosas buenas nos permitimos ser malos.

Hablar es relativamente fácil. Y se habla mucho. Y para hacer promesas no se necesita nada extraordinario, así que se prometen bastantes cosas. Actuar según lo que se habla y cumplir lo que se promete parece, sin embargo, ser extremadamente difícil.

Alejandro Álvarez Vanegas
Por: Alejandro Álvarez Vanegas

Este contraste puede hallarse en los discursos de muchos “tomadores de decisiones” en las ciudades, que cada vez se tiñen más de verde (los discursos, no las ciudades): se habla apasionadamente sobre la sostenibilidad y lo indispensable que es, luego se pinta en el horizonte cercano una ciudad sostenible, un espacio amigable para las personas y para la vida y, para terminar, se promete que hacia allá es que vamos. ¿Y luego?

Lo cierto es que hay acciones que parecen respaldar eso que se habla y se promete, y de la mano con cada árbol sembrado, cada bus o taxi eléctrico adquirido, cada kilómetro de infraestructura para bicicleta construido, etcétera, vienen el júbilo y la celebración. Pero, aunque celebrar los logros de la vida es justo y necesario, la verdad es que las acciones en cuestión son insuficientes, pues, cuando de la transformación de la ciudad hacia la sostenibilidad urbana se trata, Medellín y el valle de Aburrá no van por tan buen camino.

La razón principal es que, a pesar de los avances, en lo más esencial sigue dominando un anticuado paradigma: que el protagonista de la ciudad-región es el carro. Pasa que borramos con el codo lo que hacemos con la mano; que por haber hecho un par de cosas buenas nos permitimos ser malos.

 

Licencia moral para matar la ciudad

Hace poco en la edición 163 de la Revista Arcadia (dedicada en gran parte a Alexander von Humboldt, de quien hablaré después) leí algo muy interesante: Sandra Borda reflexiona sobre la “licencia moral”, diciendo que es algo que nos damos “cuando al hacer algo bueno fortalecemos la imagen positiva que tenemos de nosotros mismos y evitamos así preocuparnos por las consecuencias que pueda tener nuestro comportamiento inmoral en el futuro”.

En su artículo, la autora hace referencia a cómo Colombia parece estar dándose esa licencia moral en el campo de la paz: el país que se esforzó por lograr un acuerdo ahora permite que se le pongan todas las trabas posibles para lograr esa anhelada paz.

El concepto, como ya dije, me pareció bastante interesante y además aplicable al tema de esta columna: dado que se han implementado algunas iniciativas exitosas, nos permitimos llevar a cabo otras que atentan contra la ciudad sostenible.

Nos damos licencia moral para matar la ciudad. Porque, sí, tenemos metro. Sí, tenemos metrocable. Sí, se compraron buses y taxis eléctricos. Sí, sí, sí… sí. Sin embargo, nada de eso será suficiente si, por haber sido “buenos”, nos damos licencia de seguir construyendo más y más vías para los carros, acabando con los árboles y con el espacio para la gente y para la vida. Es decir, si seguimos pensando que el protagonista de la ciudad-región es el carro y sacrificamos el futuro de la ciudad y de sus habitantes.

Frente a los retos de sostenibilidad que tenemos, las palabras cambio, transformación, transición deben materializarse en proyectos concretos, que reciban los recursos necesarios para su exitosa implementación. Una pregunta que quiero resolver es: ¿cuánto se ha invertido en la movilidad sostenible y cuánto en la movilidad tradicional en los últimos (tres, cinco, diez) años? Si quien me lee tiene la respuesta, compártamela.

Mi hipótesis: la ciudad no va por ese buen camino del que tanto se habla, que tanto se promete y que con tanto ánimo se publicita.

 

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Las ciudades y su contribución a los Objetivos de Desarrollo Sostenible

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