Libertad y límite en la educación

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La generación del 68 buscaba para sus hijos libertad sin límites y pronto se vio que la consecuencia educativa de poder hacerlo todo, era un fuerte sentimiento de inseguridad y una carencia de consciencia propia
/ Jorge Vega Bravo

¿Cuál es la relación entre libertad y límite? Tanto la libertad como los límites pueden ser percibidos como problemas. Voy a tomar algunas ideas de la conferencia de la pediatra alemana Michaela Glöckler: Educación hoy: ¿Libertad o postura de límites?. La libertad tiene matices y algunos pueden ser crueles. Con los límites pasa algo semejante. Cuando el límite tiene carácter de prisión, se vulnera la dignidad humana. Pero cuando el límite es una vivencia donde chocamos y vivimos experiencia de contorno, surge consciencia de la libertad. “Frente al límite despierto y descubro lo que en realidad quiero”. Si no me encuentro con ningún límite, no me encuentro conmigo mismo. En el límite aparece una resistencia que me permite tomar conciencia. La generación del 68 del siglo pasado, buscaba para sus hijos libertad sin límites y pronto se vio que la consecuencia educativa de poder hacerlo todo, era un fuerte sentimiento de inseguridad y una carencia de consciencia propia. “La conciencia propia despierta cuando chocamos” (M. Glöckler).

Es frecuente ver que los niños educados sin límites en casa, obligan al maestro a poner límites en la escuela y lo logran mediante la provocación. Cuando el niño es frenado, se despierta, se toca, recorre el camino hacia sí mismo, una de las tareas de la educación. R. Steiner se preguntaba: ¿Por qué educamos? Educamos porque estamos separados, porque no tenemos unidad. La educación nos conduce a nuestro propio yo, a vivenciarnos en libertad a partir de los límites y las dificultades. Goethe decía en el Fausto. “Al que se siente completo, nada le viene bien; siempre agradecido estará aquel que siente estar en evolución”.

La educación que encuentra un equilibrio entre libertad y responsabilidad, tiene aspectos que conciernen a los tres ámbitos del ser humano: Cuerpo, Alma y Espíritu. Empecemos con la educación del cuerpo, que es la educación de la voluntad. “El hombre nace como un ser natural, mediante la educación se convierte en un ser cultural”. Y en el encuentro con los otros llega a ser un ser social. Los profesionales de la salud vivimos de la incapacidad de las personas para resolver sus necesidades naturales. Vivimos del desorden y la falta de límites de los otros. Es duro aceptarlo, pero es una realidad.

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La libertad sin límites se opone a la naturaleza humana. El niño en su proceso de crecimiento aprende el ritmo vigilia-sueño, el ritmo respiratorio, el ciclo comida-excreción etcétera, y esto se logra mediante la repetición, mediante la creación de hábitos y ‘buenas costumbres’. El anverso de los buenos hábitos es la maravillosa sensación de salirse por un momento de la regla, sin hacer daño, y vivir un momento de expansión. Quien no conoce las reglas, no conoce el deleite. He repetido en esta columna que la salud humana se fundamenta en el cultivo de los ritmos y de los hábitos. Y he hablado de los diferentes ritmos, relacionados con la tierra, con el sol y con el cosmos. El cuerpo con sus ritmos y la voluntad como efectora del pensar -a través del movimiento-, necesitan educación, necesitan repetición y contención. Aceptar los límites temporales fortalece la voluntad y las ganas de vivir, combate la apatía, nos hace humanos.

Continuaré con la educación del Alma.

Coda: Recomiendo la columna de Juan S. Restrepo: La apatía, publicada en la edición anterior de Vivir en El Poblado # 650. Es alimento y educación para la voluntad.

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