Leopoldo Brizuela

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Vivir en El Poblado habló con el escritor argentino, invitado a la Fiesta del Libro, sobre su oficio en las letras como antesala a su conversatorio este jueves 18 de septiembre en el Jardín Botánico


Una novela muy mala y una tía que la leyera en la playa fueron la colisión cósmica del destino, el Big Bang literario de Leopoldo Brizuela. Ese verano caluroso y aburrido en el que Leopoldo se convirtió en escritor le dejó sembrado al pequeño de doce años un innegable interés por la letras. “Empezó como un juego -dice-, me aburría y quería escribir algo como lo que ella había llevado a la playa… y ya no paré. Me gustó escribir más que ninguna otra cosa; y quise ser un escritor”. Con los años, Brizuela ha visto aquel juego convertirse en una profesión adornada de publicaciones y premiaciones, e inspirada por aquellos libros y escritores que ha ido descubriendo desde entonces.

“Leo ante todo narrativa de ficción: cuentos y novelas. Es mi manera de entender un poco más de este mundo, escapando de él”. Sin tener un plan de lectura riguroso ni una lista de lo que pronto querrá leer, Brizuela se deja llevar por los libros y por los autores. Le permite a cada obra o creador sugerir con qué continuar, pero es común que tenga un “santo patrono”, un escritor que por periodos le interesa más que los demás, y del que trata de leer todo lo que ha escrito, con atención profunda. “Ahora, por ejemplo, leo a Eudora Welty, desde hace un año. Antes, fue Alice Munro”.

Tal vez sea coincidencia, o a Brizuela le gusta mucho leer a las mujeres. Basta una sencilla búsqueda en Google para encontrar un texto suyo sobre el asunto: El derecho a leer a las mujeres: “Desde que empecé a escribir y, sobre todo, desde que empecé a publicar y a hablar públicamente sobre mis lecturas, amigos, colegas, periodistas, críticos, me han hecho la misma pregunta: ¿por qué leés tantas mujeres? Una pregunta que siempre me perturbó tanto como para contestarla, apenas, con evasivas o subterfugios. Como si decir la verdad –una verdad de la que yo mismo era apenas consciente, a fuerza de no discutirla- pudiera exponerme al peor peligro. Yo balbuceaba: ‘Bueno, no te mencioné tantas’. Y era verdad: la recriminación ocurría a la segunda o tercera escritora citada, pero ya eran más de las que el propio interlocutor conocía o juzgaba prudente conocer. Otras veces yo fingía recoger el guante de un duelo del que sabía que desertaría: ‘Si yo hubiera mencionado sólo escritores varones, ¿vos me lo habrías hecho notar?’”.

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Mujeres o no, Leopoldo es un lector dedicado. Cada que puede lee, en viajes y en las filas para comprar o para pagar impuestos: “No soporto esperar sin leer”, dice.

Y sí que lee para escribir. Un ritual matutino, casi poético, antecede el ejercicio de escritura. Todas las mañanas, desde muy temprano, antes de la bulla y las distracciones y después de ciertas actividades mecánicas (sacar los perros, preparar un mate) afina los dedos con ciertos autores, aquellos que para él son “los narradores por excelencia: Dickens, Isak Dinesen, etcétera. Los leo sin leerlos realmente, tratando de afinar con ese ‘tono’… tal como los integrantes de un coro como cuando el director les da el ‘La’. Después empiezo a escribir, como llevado por ese torrente de música que, según dicen, o nos gusta creer, viene desde el fondo de los tiempos, del primigenio ritual de contarse historias en torno al fuego, en la caverna, después del largo día de caza”. Y en esas horas de lectura y escritura de la mañana va entrando en el mundo de la novela. “Cuando termino, aunque apenas sean las ocho de la mañana, siento que el día está cumplido, y que bien puede caerse el mundo”.

Conversatorio con Leopoldo Brizuela, este jueves 18 de septiembre a las 5 pm en el Ágora del Patio de Las Azaleas del Jardín Botánico. Convoca Vivir en El Poblado

Leopoldo es conocido también por su trabajo periodístico y sus traducciones. Este segundo oficio ha tenido una buena influencia sobre su propio desarrollo literario. “La experiencia de traducir, tan menospreciada, es siempre fundamental, porque enfrenta con los límites del propio lenguaje, que es el origen de toda creación poética”, dice el escritor. Para Brizuela se trata de una inmersión total en una obra ajena, “es tan fuerte como la experiencia de haber vivido largamente en otro país: hice traducir en la Argentina Nueve noches, un libro que amo desde que lo leí en francés en 2005; y de este, como de La casa de los conejos, de Laura Alcoba, surge en gran parte mi novela”. Su novela, Una misma noche, obra que trata el terrorismo de Estado iniciado en Argentina en 1976, con el golpe de la Junta Militar que gobernó hasta 1983, fue merecedora del premio Alfaguara en 2012.

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Una misma noche surgió de una experiencia que vivió el autor en su adolescencia y que olvidó durante décadas: haber tocado el piano mientras los parapoliciales entraban en su casa y la registraban. “¿Por qué hice eso? ¿Para qué toca el piano un chico en una situación extrema?” se pregunta Brizuela. “Eso permaneció en mi mente durante muchos años, pensando que alguna vez debía escribir una novela para entenderlo. Pero la fuerza necesaria para escribirla surgió años después, cuando un nuevo asalto, de una banda de ladrones organizada por la propia policía, entró a una casa vecina. El terror que sentí ante la impunidad de estos tipos, que seguían operando como en aquella noche, unió las dos experiencias en una… y en lugar de tocar el piano, me senté al teclado de la computadora a escribir una novela”.

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