Las edades de la inocencia

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Cuánto recorrido entre ese idílico primer libro y el último que acabo de leer

/ Esteban Carlos Mejía

Recuerdo el primer libro que leí. Completo, quiero decir. Corazón, de Edmondo de Amicis. Era el diario de un niño de tercero de primaria durante su año escolar en Turín, Italia. Había historias tristes y alegres, situaciones dramáticas (un incendio, por ejemplo), relatos familiares y una crónica, De los Apeninos a los Andes, con la que aprendí geografía, coraje y patriotismo. Mucho patriotismo italiano, eso sí. Corazón era como el Harry Potter de mi infancia. No todos los niños lo leían porque su autor tenía fama de masón y vainas así. Mi papá, que era eso, más anticlerical y atravesado, me lo regaló cuando hice la Primera Comunión, ¡oh, ironía de ironías! Tardé en leerlo por las palabras raras. Cuando terminé, lo volví a leer, vicio que aún tengo, leer dos (o tres o cuatro) veces los libros que de veras me conmueven.

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Cada obra de Roth ha sido un monumento a la agudeza, al humor y a la burla implacable de la sociedad actual

Cuánto recorrido entre ese idílico primer libro y el último que acabo de leer, La puta de Babilonia, de Fernando Vallejo, ácrata de derecha, con su bronca contra el cristianismo y las otras dos religiones monoteístas, el judaísmo y el mahometismo. Es la distancia entre la inocencia y la pérdida de la inocencia. Y si en las columnas se usaran emoticones pondría aquí una carita burlona.

* Día tras día. El jueves 19 de marzo cumple años, ¡82!, un escritor infatigable y muy inteligente, míster Philip Roth. Nacido en 1933, en Newark, New Jersey, es un ícono de la literatura estadounidense contemporánea. La fama le llegó muy pronto, en 1959, a los 26, con El Lamento de Portnoy, un monólogo psicoanálitico desparpajado, erotiquísimo, feroz, en el que no deja títere con cabeza de la idiosincrasia judía de su país. Desde entonces, cada obra de Roth ha sido un monumento a la agudeza, al humor y a la burla implacable de la sociedad actual. Sí, burla, esa cosa que tanto escuece a hipócritas y fanáticos del mundo entero.

Mezcla ficción con realidad a una velocidad de vértigo que puede desconcertar hasta el lector más avispado. Son introspecciones (casi) autobiográficas sobre la naturaleza humana: pasión, envidia, deseo, celos, soledad y miedo. ¡Y qué habilidad para crear personajes! El paciente Alexander Portnoy, el escritor Nathan Zuckerman y el profesor David Kepesh, lascivo como un sátiro de Dioniso. Philip Roth no se cansa de escribir, a pesar de su edad, presuntamente desvencijada y sicalíptica. ¡Feliz cumpleaños, sensei!

* * Body copy. “Tenemos que mirar las cosas de frente. Me pregunto por qué me entero de todo esto sólo ahora. Mis amigos debían de saberlo desde un principio. Sin embargo, nadie dijo una palabra. Pero la verdad es que nadie dice una palabra, nadie interviene, nadie respira mientras el acróbata camina por la cuerda floja; todos se limitan a estar allí, sentados, contemplando el espectáculo, esperando el intervalo para hablar. Y desde otro punto de vista, ¿cómo hubiera podido yo entonces, cegado, apasionadamente enamorado de Justine, recibir sus verdades desagradables? ¿Me hubieran apartado de mi propósito? Lo dudo.”

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Lawrence Durrell. Balthazar. El cuarteto de Alejandría. 1958.
* * * Vademécum. ¿Sicalíptico? Perteneciente o relativo a la sicalipsis. Acción de untar, frotar. Malicia sexual, picardía erótica.
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