Ayudemos a José Miel

Las abejas se están muriendo porque cada vez hay menos hábitats donde ellas puedan alimentarse y porque el cambio climático está alterando los patrones de floración de las plantas que las alimentan

/ Rosana Arizmendi

Ayer me estaba desayunando unas tostaditas de pan artesanal, deliciosas, con un poco de queso y miel, cuando ¡pum! a mi mente le dio por pensar en las hermanas de José Miel. Es decir, en las abejas.

En ese momento me di cuenta de lo poco que sabía sobre ellas y, claro, como científica que soy, me picó. La curiosidad, no una abeja. Me puse, entonces, manos a la obra, y a la investigación de nuestras amigas me dediqué por un rato. Y, cha chaaan, aquí les presento el resultado de mis arduas pesquisas (apicultores, sabrán perdonar mi ignorancia).

Para empezar, me llevé una sorpresa al enterarme de que existen muchas especies de abejas que producen miel. Yo siempre pensé que solamente la producían las abejas domésticas (las típicas; las que asociamos con la palabra “abeja”), pero no. Estaba muy desinformada.

(Dato 1: Las abejas domésticas no son nativas de América sino que fueron traídas por los europeos y ya habitan en todo el mundo).

Resulta que hay muchas especies nativas de este lado del charco que producen una miel deliciosa, que son silvestres (aunque ya hay cultivos con ellas) y que, además, no tienen aguijón (o sea, ¡no pican!). Estas amigas se llaman abejas criollas y, como sus primas europeas americanizadas, también viven en colonias: son animales eusociales. (Eusocialidad: dícese del nivel más alto de organización social que se da en algunos animales, como abejas, gambas o algunas ratitas, en el que en una sola colonia viven dos o más generaciones de adultos, el cuidado de las crías es cooperativo y el trabajo se divide entre la “clase” reproductora y la “clase” obrera).


(Dato 2: hay muchas especies de abejas que viven en solitario y no forman panales).

Pues, sí, vecinos, en las colonias de abejas, ¡hay castas! Por un lado, se tiene a la abeja reina, que es la única hembra de toda la colonia que se puede reproducir (o sea, la mamá de José Miel). Durante toda su vida es alimentada por las abejas obreras, que también son hembras, pero infértiles, y que, en su mayoría, son hijas de la reina (o sea, hermanas de José Miel). Entre muchas de sus funciones, las obreras cuidan y alimentan a las larvas, limpian y construyen la colonia, vigilan que no lleguen enemigos, buscan alimento y alimentan a los zánganos. Entiéndase por estos últimos a las abejas macho de la colonia (también son hijos de la reina -o sea, José Miel en “persona”) y no a los humanos perezosos “quiaiporai”. Los zánganos son la tercera casta de la colonia y su principal función es fecundar a las abejas reina, sean estas de su nido o de allende los panales.

(Dato 3: Cuando encuentran alimento, las abejas obreras se avisan entre sí haciendo un movimiento conocido como la “danza de la abeja”).

Les cuento todo esto porque nuestras api-amigas, tanto las eusociales, como las solitarias, (“api” viene del latín “apis”, que significa abeja, y “amigas” viene del sentimiento de amistad que deberíamos sentir todos por ellas) se están muriendo. Se están muriendo porque cada vez hay menos hábitats donde ellas puedan alimentarse y porque el cambio climático está alterando los patrones de floración de las plantas que las alimentan. Esta falta de alimento las hace más débiles y, por ende, más propensas a ser infectadas por parásitos y morir. Además, el envenenamiento por pesticidas neonicotinoides -unos de los más usados mundialmente-, está jugando un papel importante en la desaparición de nuestras amigas y parece ser uno de los principales causantes del síndrome de colapso de colonias (en el que las obreras abandonan la colonia, dejando solo a la reina y a las larvas, que, eventualmente, mueren por falta de alimento).

Todo esto no solo es triste sino también muy grave, pues si el mundo se queda sin abejas puede disminuir notablemente la biodiversidad y, además, muchos de los cultivos que nos alimentan a los humanos y a nuestros animales domésticos podrían acabarse, causando pérdidas exorbitantes de dinero (en adición a las consecuencias más obvias).

Y, es que, vecinos, resulta que las abejas son esenciales para los ecosistemas y para nosotros porque son polinizadoras (es decir, llevan el polen de una flor a otra para que muchas plantas se puedan reproducir). Ellas polinizan un tercio de lo que comemos (podríamos decir que uno de cada tres bocados se lo debemos a las abejas) y el 84% de los cultivos que nos alimentan dependen de ellas y de otros insectos. Además, para acabar de ajustar, son las guardianas de la biodiversidad, ya que polinizan a las plantas que son la base de la cadena alimenticia de muchos ecosistemas.

(Dato 4: En el mundo hay alrededor de 20.000 especies, de las cuales Colombia tiene cerca de 400. Muchas están en peligro de extinción).

Entonces, cuando pensemos en las frutas y las verduras que más nos gustan, en el cafecito caliente de por las mañanas o en la chocolatina que nos vamos comiendo de a pedacitos (o en una sentada) ¡agradezcamos a las abejas! No las matemos… Ayudemos a que José Miel se reúna con su mamá y a que sus hermanas puedan seguir existiendo.
¡Salud!
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