La revancha de El Salmón

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Conciertos
La revancha de El Salmón
Una reseña del periodista Juan Sebastián Mora, sobre la presentación de Andrés Calamaro en el Coliseo UPB

La expectativa sobre la calidad del espectáculo que brindaría Calamaro estaba presente. El de La Macarena (en 2008) fue un buen concierto, pese a problemas de sonido, particularmente en los temas iniciales. En 2010, en su espectáculo en el Coliseo UPB, y aunque el argentino minimizó lo ocurrido (“no siempre puedo dar un recital perfecto”), reinó el caos: su banda y el público desconcertados por la desastrosa calidad del sonido, problemas en las pantallas y en la planeación de las locaciones.

Por fortuna, “El Salmón”, como lo conocen sus fans, en su regreso al recinto de aquella decepcionante presentación, no tuvo que nadar nuevamente contra la corriente. El sonido fue aceptable, mejor en ciertas canciones que en otras, y Andrés y su grupo brindaron un show muy convincente.

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Para empezar, los organizadores tomaron nota de los problemas del Apocalipsis Now vivido hace tres años, y esta vez la distribución de las localidades fue coherente. Seguramente con ansias de reivindicación, Andrés salió al escenario a tiempo y disparado a los teclados (donde pasó la mayor parte del concierto) para interpretar Loco, ese funk de aires neoyorkinos de Alta Suciedad, su primer álbum tras la disolución de Los Rodríguez.

Con armonías de la banda, un poco sepultadas por el sonido de las guitarras, Calamaro interpretó con vigor El Salmón, poderosa canción que dio nombre a ese álbum de cinco discos, donde conviven creaciones sublimes y vergonzosas. La balada Crímenes Perfectos llegó más rápido de lo que esperaba, y el público la cantó a todo pulmón, confirmando que Calamaro tenía planeado un set list para “romperla”, como dicen los gauchos.

Con A los Ojos, rock melódico proveniente de Disco Pirata, álbum debut de la agrupación Los Rodríguez, la banda prendió motores nuevamente. Andrés continuó con Mi Bandera, una tema débil en comparación con las canciones precedentes.
El jazz trasnochado de Los Aviones fue el preámbulo ideal para una potente versión de El día mundial de la mujer, el tema apertura de su obra cumbre Honestidad Brutal. Tras inspirados solos de sus guitarristas Julián Kalevnsky y Baltazar Comotto, Calamaro finalizó cantando un pequeño segmento del clásico de Led Zeppelin, Starway to Heaven.

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Con algunas excepciones (Días Distintos, en mi opinión, es un rock promedio, inofensivo pero poco trascendente), las canciones restantes mostraron al Calamaro más pasional y comprometido en su rol de intérprete en vivo. El sentido híbrido de cumbia argentina y reggae Tuyo Siempre, y el fabuloso encuentro de melodía y poesía en la colaboración de Calamaro y Joaquín Sabina, Todavía una canción de amor, fueron puntos altos de la noche.

Calamaro revisó de nuevo Los Rodríguez con una magnifica tripleta: los clásicos Sin Documentos, Me estás atrapando otra vez, y el rock pujante Canal 69. Flaca –precedida de un corta versión del tango Volver–, Te Quiero Igual (con un pequeño traspiés, que la banda y Andrés disimularon con oficio), Estadio Azteca, y la inmortal Paloma, son canciones que no podían faltar y que permanecen frescas y emotivas a pesar de su sobreexposición.

Después de Paloma pensé que las cortinas caerían. Pero Andrés y compañía regresaron para el encore recargados con una violenta versión de Alta Suciedad. El final fue tremendo: Calamaro a toda máquina puso en marcha el grandioso rock Los Chicos, donde recordó, con imágenes en la pantalla central, a sus amigos fallecidos, muchos de ellos leyendas de la música argentina como Luis Alberto Spinetta, Miguel Abuelo o Sandro. A manera de homenaje en vida a otro coloso del rock del Sur, Andrés enlazó Los Chicos con De Música Ligera, un gesto conmovedor dado el triste estado de su compositor Gustavo Cerati.

Durante todo el concierto, Calamaro hizo lo que mejor sabe: transmitir sentimientos, tocar fibras internas. El valor como cantante de Andrés, así como ocurre con su ídolo de cabecera Bob Dylan, siempre ha radicado en la capacidad de expresar múltiples emociones con su voz, cualidad que compensa con creces sus limitaciones técnicas. La “honestidad brutal” de sus letras se potencia con la manera en que Andrés juguetea en vivo con las melodías establecidas de sus famosas canciones. Estos malabares vocales las impregnan de una nueva vida y energía, que sintió el público en el Coliseo de La Bolivariana, en la alegre revancha de El Salmón.

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