La gimnasia de la lectura

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La gimnasia de la lectura
No es cierto, como se ufanan algunos agoreros, que cada vez leamos menos
/ Esteban Carlos Mejía

¿Cómo lee la gente? De cualquier forma. Sentados: en el sillón de toda la vida, en el sofá de la sala, en taburetes secos y estrictos como bancas de iglesia. Echados en una hamaca al suave vaivén de la brisa. Acostados en la cama, entre almohadas y cojines, con los juguetes al alcance de la mano: gafas, pocillo de tinto, copa de vino, cigarrillos, encendedor, lápices, resaltadores. Bocarriba, como arcángeles, o bocabajo en la posición del semimisionero. Recostados: de lado o con las rodillas recogidas a manera de atril. ¿De pie? Quizás en misa, en las historias del hijo del carpintero. O ante un juez. ¿En cuclillas? ¿Con la cabeza gacha? Cada cual escoge la postura que más le gusta. Leer es, casi siempre, un acto solitario, íntimo, algo efímero y medio misterioso.

¿Y dónde lee la gente? En la casa, hogar dulce hogar. Casa propia o ajena, alquilada o en préstamo. En las cafeterías, entre buñuelo y buñuelo. En la playa. En la finca. En los buses. En el metro, apretujados como sardinas. En las salas de espera de los consultorios, antes del examen de próstata o de la revisión del ginecólogo. En los ascensores, suban, estrujen o bajen. En los taxis. ¡En los moteles! En los cafés, antes del granizado de mango y después del capuchino. En las bibliotecas, obvio. En los balcones, con vista a la titilante Medellín. En los restaurantes. En los parques, junto al caballo de El Libertador o a los pies del gobernador Berrío.

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La gente lee y lee y lee. No es cierto, como se ufanan algunos agoreros, que cada vez leamos menos. Al contrario, leemos sin hacerle caso a las estadísticas ni a los sermones de los apóstoles de la desgracia, o sea, de la no lectura. Es verdad, eso sí, que los lectores somos minoría. Siempre ha sido así a lo largo de la historia. Una selecta minoría. Selecta e invencible y dichosa e infatigable minoría.

Yo leo en todas partes y a toda hora, con la atención, consciente e inconsciente, puesta en el texto que leo, en una especie de cautivadora y absorbente close reading, fuera de la cual no tengo salvación. ¿Y ustedes cómo leen? ¿Y en dónde?
* Día tras día: ¿La efemérides literaria de esta semana? El 5 de diciembre de 1870 muere en Puys, cerca de Dieppe, Francia, monsieur Alexandre Dumas, fabulador de fabuladores. Dicen que escribió más de 1.200 obras (tragedias, melodramas, aventuras, folletines), entre ellas Los tres mosqueteros y El conde de Montecristo, sugestivas aún hoy en día. Amasó una inmensa fortuna y la despilfarró en fiestas, cenas, coches, amantes y castillos. Le pudo un infarto.

** Body copy: “Ciertas mujeres prefieren la fidelidad a la lealtad, el marido puede esconderle cuanto dinero haya distribuido por los bancos del mundo, puede seguir siendo amigo de alguien con el que ella se peleó, puede seguir protegiendo a un pariente parásito que ella detesta, puede hablar mal de su suegra, puede hasta considerarla una retrasada mental (la mayoría de los maridos considera a su mujer una retrasada mental), lo único que le está vedado es follar por fuera de la casa. Los hombres, a su turno, exigen fidelidad y lealtad, y, cumpliendo esos requisitos, la mujer puede incluso ser retrasada. Los hombres son una mierda. Superan con creces todos los defectos que atribuyen a las mujeres: vanidad, futilidad, consumismo, emotividad, volubilidad, puerilidad. Y además son feos.”
Rubem Fonseca. Y de este mundo prostituto y vano sólo quise un cigarro entre mi mano. 1997.
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