La casa de los muñecos

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La casa de los muñecos
No solo se necesita imaginación para crear un lugar como su casa

Por Saúl Álvarez Lara
Para doña Lucía Correa de Posada un muñeco comienza, a veces, por una rama seca, por una cuchara de palo, por un par de botones, por un retazo de tela que se vería bien como camisa o mejor como pantalón. Un muñeco puede empezar por un objeto inesperado o por la selección de material y colores para la piel, para los detalles, para los accesorios. En ocasiones la creación de un molde está al comienzo. Sin embargo, es importante el carácter, la personalidad del muñeco, el reflejo de su figura, su intimidad, porque los muñecos tienen una, si no, serían otra cosa. Todo esto, por supuesto, habita la imaginación y las manos de doña Lucía de Posada y se manifiesta en el momento de la combinación de materiales, en las posibilidades que presiente, lo mismo que en las características y los detalles que seguramente ve antes de terminar el personaje. Dicen que el “Arte Poética” aparece cuando dos palabras que por su naturaleza no se han unido, lo hacen para crear un significado. Combinar materiales de origen distinto, cambiar su esencia al situarlos en lugares inesperados o con funciones que antes no desempeñaban y así lograr que asuman una nueva forma casi con vida, es también poesía. Con su talento y capacidad de observación todos los materiales entran en juego, la madera, el corcho, el metal, las telas, un botón por allí, una pluma por allá, una tela de flores como falda para la chica o corbata para el varón, unas chaquiras irrepetibles en la cabeza; unas cabezas de alfiler para marcar un peinado, o las barbas de árbol para figurar el cabello al viento. Un par de broches sencillos se convierten en ojos de mirada profunda, pero lo más especial es que esos mismos broches también pueden ser diadema y parecen distintos.

Doña Lucía Correa de Posada crea muñecos desde hace más de cuarenta años. “Primero, hace muchos años, fui modista”, dice. “Hice vestidos para clientas que venían a mi casa”. En la medida en que dominó los materiales, las telas, los hilos, los botones, las mezclas entre unos y otros, infinitas posibilidades florecieron en sus manos con la ayuda de la máquina “Pfaff” de toda la vida que siempre ha estado frente a la ventana. Ha hecho colchas de retazos, manteles, cortinas, adornos, cajas, coronas con materiales diversos y también ha reparado muñecas antiguas, son innumerables sus realizaciones. Con sus muñecos ha participado en exposiciones de importancia nacional y son ellos quienes han recorrido almacenes y vitrinas de todo el país agregando un aura especial a las marcas que acompañan.

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 Luz Elena -mi esposa- y yo conocimos a Doña Lucía cuando se instaló con taller y casa, en compañía de Adriana, su hija, en la loma de Las Brujas. Nuestra afición por los objetos y la admiración por su trabajo hizo el resto. Hemos seguido su labor creativa durante años. Lo más fácil es decir que su casa es una casa de muñecas, no por el tamaño que se les conoce a esas casas de juguete sino por la cantidad innumerable de muñecos y muñecas que la habitan, muchos creados por ella pero también otros traídos del mundo entero por ella, sus hijos o sus familiares y amigos. También hemos dicho que la casa de doña Lucía parece una casa de cuento donde los personajes cobran vida cuando todos duermen, sin embargo es posible que eso también haya sucedido bajo sus ojos mientras trabaja en sus personajes. Su casa es un estímulo a la imaginación, es un lugar donde la convivencia entre colecciones se da en todos los rincones: la colección de cajas en las escaleras, o los Pinochos al lado de un televisor de los años cincuenta, o los corazones que se ven desde la entrada, o el santoral donde pocas figuras faltan; o las gallinas de todos los tamaños o los pájaros de cabeza inclinada y picos de colores. No importa donde se mire, siempre hay algo que estimula la vista.
No solo se necesita imaginación para crear un lugar así, su casa y lugar de trabajo son también el resultado de la relación especial que ella sostiene con los objetos, con los materiales, con la posibilidad de ver donde nadie ha visto antes. No es exagerado decir que su talento está en la capacidad de comprender la esencia de los objetos que colman su casa y en su mayoría están al origen de sus personajes, de la posibilidad de imaginarlos más allá de su forma física, de agregarles y quitarles, de vestirlos y desvestirlos, de darles forma, de conversar con ellos, de criarlos, porque doña Lucía es además la abuela de una familia con hijas, hijos y nietos que son fuente de estímulo para su labor creativa. Doña Lucía es la abuela de una familia que se amplía hasta el número infinito de personajes que ha creado.

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