Jardín de piedras

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Jardín de piedras
 
 
La idea de un jardín de piedras resulta bastante absurda para una mentalidad como la nuestra que relaciona siempre el jardín con un triunfo de la exuberancia de la vegetación y de las flores
 
 
 
 
 
     
 
Por Carlos Arturo Fernández U.
 
 
El “Jardín de piedras” de Hugo Zapata, en el Edificio Colmena de la Avenida El Poblado, es una obra contradictoria o, por lo menos, extraña y problemática.
La idea de un jardín de piedras resulta bastante absurda para una mentalidad como la nuestra que relaciona siempre el jardín con un triunfo de la exuberancia de la vegetación y de las flores. Aquí, por el contrario, predominan las piedras y elementos extraños a la naturaleza orgánica. Más todavía, el jardín de Hugo Zapata está definido por un conjunto de formas, como especies de picos en concreto, que no son ni siquiera elementos minerales sino que tienen que ver con los procesos industriales y artificiales más extremos.
Quizás, el problema que nos plantea esta obra estriba en que queremos vincularla a situaciones que le son totalmente extrañas. Aquí no nos encontramos frente al típico jardín occidental sino, mejor, ante una idea que remite a experiencias trascendentales y espirituales que, en buena medida, quieren hablarnos del mundo oriental.
“Jardín de piedras” es una composición de 2,30 metros de altura, por 17 metros de largo y 4,80 de anchura, en piedra y concreto pintado, que Hugo Zapata realizó en 1989. Los materiales predominantes en las estructuras mayores parecen querer contraponerse con la obra “Estelas”, realizada apenas dos años antes en Suramericana de Seguros, donde se imponían las formas naturales de las piedras moduladas por el tiempo y por todos los elementos. En “Jardín de piedras”, por el contrario, se impone la presencia y decisión inapelable del hombre que impone sus formas y materiales.
La referencia básica, tal vez, tiene que ver con los jardines zen, desarrollados con arenas y materiales inertes, que de manera contundente nos ubican frente a los elementos básicos de la realidad, y nos imponen una actitud de respeto y silencio por la contundencia de su presencia. Arenas y piedras, desplegadas de formas más o menos cuidadosas, pero que siempre parecen responder a procesos abiertos a la revisión y rediseño, nos hablan de una historia continua, sin héroes deslumbrantes ni víctimas dolorosas, sino, más bien, centrada en el puro acontecer.
Y lo que acontece es la naturaleza que se carga de sentido por la acción humana. Así, más allá de la simple acumulación de materiales del mundo mineral y de las producciones industriales, aquí nos topamos con una creación de elementos que nos obligan a plantearnos la pregunta por el sentido. Y, en definitiva, la respuesta será siempre la misma, como una especie de canto mantra que llevado ante el dios nos garantiza su apoyo: la exigencia de la reflexión humana, en estricto respeto con el desarrollo natural.
“Jardín de piedras” no es una obra simple. Por el contrario, nos habla del silencio y la ausencia en las cuales, según el pensamiento zen, es posible encontrar la explicación de lo real.
 
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