Interior de la iglesia de San José

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Interior de la iglesia de San José
 
 
Son pinturas en las cuales se conjugan elementos orgánicos y geométricos alrededor del tema de la cruz, en un contraste fundamental de rojos y verdes que produce la sensación de una especie de tapiz pintado, riguroso y repetido
 
 
 
 
 
 
 
 
Por Carlos Arturo Fernández U.
 
  Una de las características más notables de la iglesia de San José, en el parque de El Poblado, son las pinturas que, en forma de franjas o planos más o menos geométricos, decoran sus paredes interiores. Se remontan al momento de la remodelación del interior de la iglesia realizada por el arquitecto belga Agustín Goovaerts, entre 1923 y 1926; y es a él a quien debe atribuirse el diseño de estos elementos ornamentales. Se trata, en realidad, del más amplio conjunto de pinturas decorativas de origen modernista o “art nouveau” que se conserva en Medellín.
En el curso de las prácticas dentro de su formación como arquitecto, Agustín Goovaerts (Bruselas 1885–1939) conoce a Víctor Horta, el principal representante del “art nouveau” en Bélgica y uno de los más trascendentales de todo el ciclo modernista de finales del siglo 19 y comienzos del 20. La influencia directa de Horta se percibía mejor en el Teatro Junín, otra obra de Goovaerts que, por desgracia, no se conserva.
Pero el modernismo ofrece una ambigüedad o paradoja esencial. Así, por ejemplo, la obra de Goovaerts se presenta como profundamente novedosa (es “arte nuevo”, por definición), sobre todo cuando se ubica en Medellín, todavía una pequeña ciudad a la cual llega en 1920 y donde permanece hasta 1928, como Ingeniero Arquitecto del Departamento de Antioquia a cargo de la construcción de la nueva sede de la Gobernación, hoy Palacio de la Cultura. Pero junto a esa novedad se mantienen también los vínculos con la tradición, que da a muchas de sus obras un cierto aire medieval. Lo mismo puede decirse de la obra del arquitecto catalán Antoni Gaudí, el más grande de todos los modernistas.
Y, en efecto, mientras que muchos arquitectos y artistas se deciden por la novedad, otros, como Goovaerts, quizá determinado por conceptos religiosos o por situaciones culturales vinculadas con el mundo rural, eligen modelos que, dentro de una tradición europea extendida a lo largo del siglo 19, se refieren a la Edad Media. De todas maneras, eso significa que Goovaerts está más interesado en la recreación del pasado (por ejemplo, la que se realiza en los castillos neogóticos del rey Luis II de Baviera) que en las posibilidades de los nuevos materiales y tecnologías que se manifiestan en el cambio de siglo.
Las pinturas decorativas de la iglesia de San José son variadas. Aparecen como franjas a lo largo de los arcos; o rodeando la parte superior de las columnas, tanto de las principales como de las que flanquean las ventanas; como planos que cubren los extremos de las bóvedas; o como especies de rosetones pintados en forma de cruz en el centro de cada bóveda; y también en el ábside, casi completamente ocultas por el retablo en madera del altar mayor. Son pinturas en las cuales se conjugan elementos orgánicos y geométricos alrededor del tema de la cruz, en un contraste fundamental de rojos y verdes que produce la sensación de una especie de tapiz pintado, riguroso y repetido, que se refiere a los contextos de una tradición de sabor medieval. Además, sobre los altares y las puertas laterales aparecen diseños típicos del más avanzado “art nouveau”, en blanco sobre el plano de color rosa viejo, los cuales, en las dos cabeceras del crucero, se complementan con sendas figuras de ángeles de carácter puramente modernista. (Supongo que los zócalos no se remontan a Goovaerts sino que son repintes posteriores, más esquemáticos y en esmalte brillante).
El hombre actual parece preferir los ambientes minimalistas donde la ornamentación queda descartada. Sin embargo, una obra como ésta de Agustín Goovaerts viene a recordarnos la importancia de los elementos decorativos. Es cierto que gran parte del siglo 20 insistió en que el ornamento era un delito contra la estética. Pero estas delicadas pinturas sobre los muros de la iglesia de San José de El Poblado reivindican que la ciudad, el espacio y el cuerpo también son dibujo y color porque, como seres humanos, necesitamos enriquecer con elementos sensibles nuestra vida cotidiana.
 
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