¡Maravillarse!

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¡Maravillarse!
Si no tenemos en cuenta la fuerza interior, ella se vuelve contra nosotros en forma de violencia. Quedarnos en la tecnología sin esos espacios interiores nos vuelve esclavos

Opinión / Vida plena. Elena María Molina
Los eventos siempre quieren decir algo. Ellos hablan y van mostrando el desarrollo del ser humano sobre este planeta, el de la humanidad. La violencia es un síntoma importante a leer, es como si de nuevo las aguas del planeta se transformaran en sangre. Y no solamente en la sangre roja, sino también en otra más sutil, la que se vierte por la facilidad con que herimos a nuestros semejantes. Nuestro verbo, que es espada, se levanta para condenar e ir de izquierda a derecha destruyendo, dañando, matando. Matamos principios, fama, proyectos, dones, expectativas.
Es tiempo de poner límites a lo que decimos. El emerger de la violencia, de las bandas, de los asesinatos, del secuestro, nos remite a la forma como nos referimos a los demás. Entre el dicho y el hecho cada vez es más pequeño el trecho. Y todos participamos de lo que nos horroriza.
Difícil hoy hablar de límites, cuando permitimos que nos invadan las tecnologías. Sorprendente y magnífico el desarrollo, bienvenido, pero hay que poner límites en la intimidad, cuando se comparten espacios, cuando se comparten los alimentos, límites cuando lo sagrado lo exige. Todo este gran desarrollo exterior debe ir acompañado de un gran desarrollo de nuestro mundo interior, para que una sabiduría y una nueva inteligencia se puedan desarrollar en el ser humano. No la que nos vuelve más eruditos ni la que se aprende en instituciones educativas, necesitamos que desde el interior de cada uno se manifiesten los mejores dones, los más profundos, esos que se adquieren mediante la exploración de lo femenino, del inconsciente, en las noches. La que se consigue en las mutaciones, cuando la vida en sus procesos nos toca y exige cambio de piel. Vivir sin mutar, sin ese encuentro entre el masculino y el femenino, entre el día y la noche es grave.
Hay que propiciar espacios de encuentros con la fuerza interior que habita cada ser humano. Esa fuerza que genera la verdadera información y genera una nueva conciencia: sabiduría e inteligencia. Si no tenemos en cuenta la fuerza interior, ella se vuelve contra nosotros en forma de violencia. Quedarnos en la tecnología sin esos espacios interiores nos vuelve esclavos. Y no hay que poner ejemplos, basta recordar qué pasa cuando ocurre alguna falla con la Internet o los celulares, para no ir muy lejos.
Hay que abrir, abrir y abrir. El tiempo como lo consideramos es una invención. Lo único importante es el instante que tiene en sí el germen del todo, de la eternidad.
Es tiempo de evitar cosificar a las personas, las relaciones, la vida. Hay que volver a considerar que la vida toda es un milagro y maravillarse. Ver la expresión de la obra divina en todo lo que vivimos y nos rodea.
“Una ciencia sin consciencia es peste”. ¡Maravillarse es dar vida! Y tomar el camino del regreso al ser.
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