Iguales pero distintos

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Leer, increíble pero cierto, no nos hace iguales

/ Esteban Carlos Mejía

Nacemos libres e iguales en dignidad y derechos. Aunque, la neta, somos diferentes, desiguales, diversos. Por eso, quizás, leemos (tan) distinto. Nada más fácil de comprobar. Pregúntale a una compañera de oficina cómo le pareció tal o cual libro, y te irás de para atrás, como Condorito. Dile a un amigo que El ruido de las cosas al caer, de Juan Gabriel Vásquez, te gustó, y te enterarás de que, al parecer, leíste otra novela con el mismo título y del mismo autor. Piensa que a Don Quijote de la Mancha no lo supera nadie, y te hablarán de entuertos sin desfacer. Es la vida: yo no me quejo. Esa disparidad me encanta. Es un nutriente incomparable, un abono irreemplazable.

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Donde alguien ve un ensayo interesante, otro ve un sartal de elucubraciones, ebrias especulaciones sin ton ni son. Algunos se enervan por un poema, otros lo beben como un sedante. Unos se enamoran de Remedios, la bella, otros la exorcizan por desfachatada. El de más allá palpita con las andanzas del príncipe Andrei Bolkonsky, en Guerra y paz, mientras el de más acá se encoge de hombros. Y así en (casi) todas nuestras lecturas. Bukowski: ¿lirismo o escatología? Stieg Larsson: ¿light or heavy? Paulo Coelho: ¿profeta o estafador? Cincuenta sombras de Grey: ¿literatura o marketing? Proust: ¿angelical o monótono? Y viceversa también vale. Leer, increíble pero cierto, no nos hace iguales. Por el contrario, nos afianza en nuestra individualidad y refuerza nuestra libertad de pensamiento. ¡Qué tal que no!

* Día tras día: ¿Cuál es la efeméride literaria de esta semana? El 5 de septiembre de 1914, ¡hace 100 años!, en San Fabián de Alico, en los Andes chilenos, nació Nicanor Segundo Parra Sandoval, poeta y antipoeta, matemático y profesor de Física, escritor y lenguaraz, maestro y discípulo de quienes no creen en verdades absolutas y dudan hasta de las dudas mismas. Sus poemas hacen reír y gozar: se pueden leer como aperitivo o como postre. También sacan lágrimas de rabia y de estupor. A veces cojean hasta la meta feliz de la sorpresa y el buen augurio. O corren desbocados hacia el abismo de los amores sin pena ni dolor. Yo siempre lo leo como tónico, despertativo y burbujeante, gocetas de gocetas. ¡Feliz cumpleaños, don Nicanor! ¡A tu salud!

** Body copy: “Los dos verdugos del primer plano asumen gestos de todos los días. El de la izquierda se apoya en los pies y con los brazos se dispone a lanzar el cuerpo del niño a algún lado. No se sabe muy bien hacia dónde. Quizás sea un engaño visual y el conquistador simplemente haga un movimiento de retroceso para tomar fuerza y lanzar el cuerpecillo a la hoguera en donde arden no se sabe cuántos hombres y mujeres que, en el grabado, están o con el taparrabo o desnudos, dando la impresión de ser una cantidad numerosa. La desnudez en el asesinato siempre tiene visos de obscenidad, aunque De Bry pretenda disfrazarla en la ligera suspensión de los cuerpos colgados. Basta detenerse en los pies de la mujer, en su sexo -una vulva ligeramente oscurecida por un toque perfecto del buril- que se oculta entre los muslos con algo de provocación, para darse cuenta de que estamos ante un detalle de excitación grotesca. Los hombres renacentistas no pensaban en esa vulgaridad visual de la muerte que ahora a diario nos visita, hasta dejarnos extraviados en una sensación de habituamiento hostigante”.

Pablo Montoya. Tríptico de la infamia, Literatura Random House, 2014.
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