Humo veloz

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Como homenaje al filósofo y escritor José Gabriel Baena, fallecido el viernes 10 de julio de 2015, y quien fuera colaborador de Vivir en El Poblado durante diez años con su columna Humo veloz, publicamos este perfil que él mismo escribió en abril de 2010

José Gabriel Baena (1953-2015). Foto archivo

“Toda novela es una gran mentira”
Al solicitársele una entrevista al escritor y periodista José Gabriel Baena, no se sabe si por amabilidad o desconfianza, hizo un ofrecimiento que nunca nos habían hecho. Escribir él mismo su perfil para evitarnos, según dijo, el trabajo de grabar y desgrabar. Esto escribió:

José Gabriel Baena se acuerda mucho de un cuento titulado “Memorias de un niño embustero”, que empezaba: “Yo todavía no había nacido, cuando de pronto nací”. “Lo leí a los ocho años, a mediados del siglo pasado, en una inmensa “Antología del Cuento Colombiano”. Esos golpes de talento ingenuo son los que lo marcan a uno de por vida, y creo que de ahí de esa lectura, y de leer tanto embuste, nací yo como escritor”. Baena fue uno de los siete hijos de don Bernardo, el Mono, quien manejó la Librería América, al lado de La Candelaria, durante cuarenta años. Todavía existe la librería, al frente de “la Puerta del Perdón”, es la más antigua de Medellín, y Baena se crió entre los miles de libros que había en su casa, que llevaba el papá para leer y recomendarles a los clientes. “Había de todo en la casa, pero mi papá era Caballero del Santo Sepulcro, y entonces pululaban en cada rincón las biografías de santos, al lado de toda clase de literatura. De ahí mi vocación eterna de monje solitario. Pero estaban sobre todo los malditos franceses, y en general los grandes europeos. De tanto leer ya era miope a los nueve años, no había TV en la casa, me leí “La Metamorfosis“ de Kafka a los ocho, traducida por Borges, la Biblia completa a los 10, cinco mil páginas, y Cervantes solo vine a leerlo ya muy entrado en años, a los 20. Uno se forma como escritor en la niñez y en la adolescencia, ya después no se aprende, no creo en los llamados Talleres de Escritores”.

Baena estudió filosofía, se fue para Europa a mirar museos dos años, y cuando volvió se metió al periodismo. Fue uno de los insomnes fundadores de “El Mundo” en el 79, donde trabajó desde los subterráneos hasta la sala de redacción. Hizo de todo allí, y publicó en diez años centenares de artículos “de todo”. Tiene varios volúmenes empastados, y no está ni la mitad. “Del periodismo escrito, les recomiendo a ustedes, guarden, guarden todo. El periodismo es flor de tres minutos, como las buenas canciones antiguas. Ya los periodistas de hoy, con sus computadores, no pueden saber lo que es una rotativa tronando, al pie de una sala de armada, hacer un diario a las tres de la mañana, dormir tres horas y volver a las máquinas a mediodía. Y si me va a preguntar por la relación entre periodismo y literatura deberé decirle, tímido, humilde y necio: no hay ninguna, hoy. Antes, había. Recordemos las grandes épocas del periodismo en Colombia, solamente, y hasta los años 50–60 hubo escritores–periodistas, hoy habrá si mucho tres, no voy a decir nombres. Y poetas–periodistas, lo cual tuvo años de gloria en toda Iberoamérica. Hoy, así como dicen que el vídeo mató a la radio y luego la red mató todo, y todos los días internet mata algo tangible y nace algo invisible, como los teclados de la nueva iPad de la Apple, algo insólito, el periodismo mató a la gran mayoría de los escritores colombianos. No se le puede creer un poema a un “poeta” que escriba una columna semanal mercenaria. En cambio a los pocos novelistas que sobrevivimos en este país nos queda el lujo de escribir novelas y vivir casi de la nada y en la Nada, soy el último escritor nadaísta, escribiendo mentiras. Toda novela es una gran mentira, aunque pretenda decir la supuesta verdad de un mundo. No hay verdad que resista una palabra escrita, ni siquiera la palabra “Dios”. Por eso los judíos no se atreven a escribirla, y por paradoja los grandes novelistas son todos judíos, o tienen sus raíces por allá”. Baena, en España, “era y es un pueblo de judíos falsamente convertidos a la brava al cristianismo. Y el primer gran libro español lo hizo a mano Juan Alfonso de Baena, hacia 1450. Una inmensa recopilación de la literatura oral de la época. Creo que era tatarabuelo mío”.

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Después de su vida en “El Mundo”, Baena trabajó como director cultural en la Biblioteca Piloto casi veinte años, y allí, de noche, entre centenares de exposiciones y conferencias, empezó a escribir sus novelas abrumadoras para los lectores comunes, de extraños títulos, desde 1993: “El amor eterno es un sándwich express”, “La Virgen Luna, los Siete de Urantia y el Dragón Láser”, “El Libro del Desapego de Beremundo Transz”, “O sea”, “Florecillas de Merlín de Asís”. Rockero a morir de la vieja guardia, editor de libros, periodista mensual de Vivir en El Poblado con su columna “Humo veloz”, Baena trabaja en su casa como oficina, con la gerencia de dos gatos ingleses. Cree que sus novelas son para el futuro, para el año 2300 en adelante. “Tres atrevidos las han leído por ahora, y eso es suficiente”. En junio saldrá la primera edición de otra novela, de un único ejemplar en papel. “Por cada libro que se publica hay que tumbar 17 árboles. Eso es muy grande pecado y pura vanidad. Pero se puede escribir para los amigos y enviarles capítulos sueltos por el e–mail. El novelista chino Gao Xingjian dice, y lo comparto y es mi lema: “No conviene sondear las almas, no conviene buscar las causas y los efectos, no conviene buscar el sentido, todo no es más que caos. Se han contado ya tantas tonterías que nada te impide seguir contando más”. Aviso: de cortesía: se ofrece su última novela en formato digital por demanda, a domicilio. Consignar en dólares.



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Buen viento y buena mar
José Gabriel Baena pasó de ser colaborador mensual a quincenal en Vivir en El Poblado a partir del año 2011 y continuó haciendo parte de la vida cultural de El Poblado, entre otras, con una inolvidable lectura titulada Yoko Ono Toronjaluna Sucediendo, en junio de 2013 en el Museo de Arte Moderno, que incluía la instalación de “333 toronjas vengadoras” en una producción general de “Baena Films y Los Ardientes Labios”, así como con la publicación del cuento “neofantastic” titulado Corazón de mantequilla, que narra el idilio entre Vampiretto y Funeralda. Su última creación literaria fue Cuaderno de Estampas y ejemplos de Beatitud, publicado en 2014.

En su última columna, publicada en la edición 625 de Vivir en El Poblado (2 de julio de 2015), Baena deja un memorable mensaje: “Me pregunto, ¿a dónde se fue ese niño que nunca fue iluminado por la fatal revelación, quizás, citando a Jean Genet, “el niño melodioso muerto en mí, mucho antes de que me cortara el hacha”? Creo que sobreviví merced a la lectura y la escritura. Y a una frase de mi profesor de literatura secundaria: “Todos podemos ser literatos”.



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Amigos que lo recuerdan
Álvaro Morales Ríos (director del museo Pedro Nel Gómez): “Gran pérdida de un hombre culto, inteligente y que tenía en la cultura la razón de ser de su vida. Música, cine, literatura, y tantas tardes y tantas noches de buena compañía. Buen viento y buena mar mi amigo de tantos días inolvidables”.

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Ricardo Aricapa Ardila (periodista): “A José Gabriel lo conocí en el periódico El Mundo, como redactor de la sección cultural. Es decir, en su salsa, porque dado el mundo intelectual en el que se movía y sus muchos conocimientos y lecturas, siempre bordeando las vanguardias artísticas, el hombre no encajaba en una sección distinta. Además su frágil figura de nerd irredento, y sus ojos siempre alertas detrás de sus lentes de aumento (cuando se los quitaba quedaba casi ciego), no daban margen para encasillarlo en otro terreno. Desde entonces aprecié su amistad y las charlas en las que a veces nos enfrascábamos, siempre lúcido y certero en sus apreciaciones, prudente en sus opiniones y con un sentido del humor que, más que negro, era corrosivo, ácido sulfúrico puro. Por eso era un gusto conversar con él, tan distinto al resto de los colegas. Lamento mucho su partida, relativamente prematura”.

Gloria Inés Palomino (directora Biblioteca Pública Piloto): “Compartimos muchos años de sueños y propósitos personales e intelectuales. Fue un gran compañero en abrir espacios y recursos institucionales para la ciudad y los investigadores más diversos que requerían nuestro aporte. Su amplia y profunda formación, su aguda capacidad de análisis, el equipaje de sus muchas lecturas siempre fueron para mí motivo de admiración. Fue solidario y coherente, disfrutó haciendo sus escritos e investigando; también celebramos muchas veces. Nos deja indudablemente un legado e importantes reflexiones que llevaremos siempre. Para la Biblioteca Pública Piloto su paso por la Dirección Cultural –17 años– fue de gran aporte. Dejó un importante patrimonio en la institución y en la memoria de la ciudad.”

Adriana Mejía Londoño (periodista y columnista): “Quienes alguna vez trabajamos cerca de Baena –para nosotros era suficiente nombre su apellido– echaremos mucho de menos sus amplios conocimientos en música, literatura y cine, su gran sentido del humor, sus anotaciones al margen siempre tan oportunas y, por sobre todo, la gran persona que era”.

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