Hermano caballo

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Hermano caballo
 
 
Sin lugar a dudas, “Hermano caballo” parece alejarse de la retórica y complicación que caracteriza las obras más conocidas del artista
 
 
 
 
  “Hermano caballo” es una obra en bronce de Rodrigo Arenas Betancourt (Fredonia, 1919 – Medellín, 1995), instalada en 1990 frente a la urbanización Vegas de Zúñiga, sobre la Avenida Las Vegas.
Sin lugar a dudas, “Hermano caballo” parece alejarse de la retórica y complicación que caracteriza las obras más conocidas del artista. Aunque la escultura reproduce de manera completa la imagen del animal, en el fondo deja la sensación de que se trata de un fragmento que procede de un conjunto mayor: como si se hubiera escapado, quizá, de uno de aquellos grupos de caballos que aparecen en los gigantescos monumentos oficiales creados por Arenas Betancourt, por ejemplo, del que dedica a la Batalla del Pantano de Vargas, y, mejor todavía, de “Los potros”, levantado en homenaje a José Eustasio Rivera en Neiva, en 1985.
Y es precisamente de esa particularidad de poder ser mirado, al mismo tiempo, como una obra completa y como fragmento de un trabajo más grande, lo que puede hacer más enigmático este bronce, pero también lo que le confiere mayor interés y la posibilidad de una lectura más contemporánea.

 
 
 
 
Por Carlos Arturo Fernández U.
 
  En el conjunto de la producción artística de Rodrigo Arenas Betancourt, y de manera especial en sus obras monumentales, es evidente la búsqueda de significados simbólicos a través de las relaciones entre los diferentes elementos y personajes. En esos grandes marcos, los caballos aparecen constantemente como la manifestación directa de las fuerzas naturales, como poderes telúricos que colaboran siempre con el ser humano para el logro de sus propósitos; y ello ocurre cuando se trata de proyectos con directas referencias históricas, como los trabajos por la liberación y el progreso, pero también cuando busca la manifestación de los anhelos espirituales y metafísicos del ser humano; es lo que ocurre, por ejemplo, en el Bolívar desnudo, en Pereira, donde la presencia del animal va más allá de cualquier referencia anecdótica.
Si, a partir de la soledad en la cual el mismo artista lo ubicó en este caso, se mira “Hermano caballo” de una manera aislada, sin referencia al conjunto de la obra de Arenas Betancourt, puede quedar convertido apenas en la imagen de un animal noble y poderoso pero de significado hermético; y la obra corre el peligro de quedar convertida en un alarde de técnica artística. Pero, si por el contrario se considera desde la perspectiva de fragmento que se ha planteado, surgen nuevas posibilidades de sentido.
Es claro que cada persona puede estar o no de acuerdo con las ideas de fondo de Rodrigo Arenas sobre el hombre, la raza y la historia, o con la forma en que las plantea en sus obras; pero esa es una discusión en la que no queremos entrar aquí. Baste con señalar que este “Hermano caballo” queda como un testimonio patente de la fragmentación interior del hombre actual, en un contexto de incertezas donde todo puede ser mucho más (o mucho menos) de lo que creemos ver. Y que, incluso cuando, como en épocas pasadas, queremos seguir aferrados a los grandes esquemas ideológicos que nos daban seguridad, la certeza se nos escurre como la arena entre las manos y sólo podemos atrapar pequeños fragmentos de realidad.
No lo sé; pero quizá algún día pensaremos que el valor de un artista como Rodrigo Arenas Betancourt radica más en estas luces fugaces de incertidumbre que en sus masivas estructuras monumentales.
 
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