Hay fiesta y cerramos la calle

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Si a un desfile le siguen un festival, un clásico, una carrera y una feria, lo que queda al final en entredicho es el carácter público del espacio de todos y se abre una fisura entre el beneficio particular y el provecho general
Las actividades ni las satanizamos ni las privilegiamos. Todas reciben la misma mirada, trátese de una carrera atlética, un evento de moda o una fiesta del libro. Tienen varios denominadores comunes de valor positivo2, pero en esta ocasión nos centramos en el análisis desde el espacio público, su aprovechamiento, y, al mismo tiempo, el impacto que le generan.

Cuando en Medellín estamos de fiesta, la decisión encadenada ha sido cerrar la calle. Ha ocurrido por tradición en los barrios, por el torneo deportivo local, el sancocho de Reyes o el baile para la natillera. Pero también sucede con eventos masivos: la Fiesta del Libro y la Cultura bloqueó el paso, para los demás, en Carabobo. Colombiamoda generó restricciones, para quienes no están en el amplio círculo de la moda, en la zona compartida entre Plaza Mayor y el Teatro Metropolitano. La Vuelta a Colombia se corrió sobre Las Palmas en la hora pico del final de la tarde, con efectos en la movilidad hacia el Oriente, y la Maratón de las Flores extendió sus 42 kilómetros entre Carabobo, La América, Laureles, el río, Sabaneta, Envigado, El Poblado, es decir, sobre vías paralelas, con un impacto mayor porque el tráfico se quedó sin arterias.

Nada puede tener mayor valor para una ciudad que una fiesta del libro y de la cultura. Representa generación de otras riquezas, de intercambio, de debate, de cabida a otras miradas. Es innegable. Y en deportes hay también argumentos de peso, pues Medellín, para citar un solo evento, ya tiene perfil de maratón, certificado por las autoridades internacionales IAAF y AIMS. No hay certámenes premium o de segunda, todos cumplen las normas, y, hablando de denominadores comunes, todos son reflejo de la nueva ciudad que ya no encuentra en el espacio público un lugar de riesgo, un escenario de guerras. Al espacio público de la Medellín actual se sale no por obligación y con miedo sino por disfrute.

El reto es cómo proteger el espacio para el público, en realidad, para los públicos. Carabobo cerrado se transforma en una zona abierta para el libro y la cultura, pero se convierte en privada, por ejemplo, para la movilidad. Como ha ocurrido en Plaza Mayor, con efectos para los entusiastas de la agenda del Teatro Metropolitano.

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Por supuesto, la Maratón o la Vuelta a Colombia perderían sentido si se corren en espacios cerrados y algún efecto negativo y de convocatoria también tendrían las demás fiestas, festivales y carnavales. Pero si a un desfile le siguen en agenda un festival, un clásico, una carrera, una feria y unos alumbrados, lo que queda al final en entredicho es el carácter público del espacio de todos y se abre una fisura en la tan delgada línea que divide en este caso el beneficio particular del provecho general.

Con desfiles, fiestas, festivales, clásicos y carreras gana todo Medellín. Esta ciudad, después de la larga década de violencia, está abierta para que su gente cuente nuevas historias desde el espacio público, para reencontrarse, reconocerse, redescubrirse. Pero celebrando en las calles, cortando el paso, bien por horas o por semanas, al mismo tiempo se está poniendo en duda la afirmación que sostiene que el atributo del espacio público es la equidad.

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