Guainía: Puerto Inírida, río Atabapo, Cerros de Mavicure

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Comimos rico: mucho pescado ahumado, también casabe, derivado de la yuca brava, la cual, si no tiene un proceso adecuado, es venenosa. Fue una de las mejores experiencias de mi vida.

Por: Andrea Trujillo / [email protected]

Recientemente tuve la oportunidad de viajar a un lugar maravilloso, un lugar que no sabía que existía, un lugar que me sorprendió.

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Cuando me propusieron que fuera a cocinarle a un grupo de personas durante un fin de semana en el departamento de Guainía, no lo dudé ni un segundo. ¿Conocer un lugar nuevo? ¡Claro que sí!

Sin saber muy bien a lo que me enfrentaría, hice un par de consultas con el operador turístico con respecto a ingredientes que se conseguían en la región, infraestructura, condiciones locativas, y me puse manos a la obra para crear un menú que se acomodara a las condiciones.

Supe que en cuanto a frutas y verduras lo que se consigue es limitado y muchos productos son llevados desde Bogotá. También me contó que estaríamos acampando y durmiendo en hamacas (¡me encanta!), que contábamos con estufas de gas y que había una gran limitante ya que no contábamos con refrigeración. Cualquier cosa que necesitara frío se debía conservar en cavas con hielo. Esto complicaba todo un poco, pero afortunadamente había tenido experiencia con esta misma situación en mis viajes a La Guajira y no me preocupó. Esa logística la sabría controlar.

Con esta información decidí armar un menú donde pudiera trabajar con los productos que conseguiríamos allá: vegetales, frutas y pescados. Desde Medellín llevé condimentos, arroces, quesos, snacks y algunas conservas.

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¡Comimos muy rico! Permití que me mostraran preparaciones típicas de las comunidades indígenas a las cuales les daba un toque especial. Mucho pescado ahumado que se comen solo, en caldo, en sancocho, con casabe o en ensalada de mañoco. Los dos últimos son derivados de la yuca brava, la cual, si no tiene un proceso adecuado, es venenosa.
Otro gran descubrimiento fue el tucupí, una salsa también derivada de la yuca brava, la cual agregan a sus alimentos.

No es muy amplia la oferta gastronómica, pero disfruté enormemente haberla conocido y estar en contacto con las comunidades.

Lo más lindo del viaje fue poder descubrir unos paisajes que no sabía que existían. El primer destino del viaje fue el río Atabapo, de playas absolutamente blancas y aguas rojas cristalinas. Era como estar en otro planeta. No había más personas que nosotros en la mitad de esa hermosura y fue realmente un lugar mágico. Luego bajamos por el río Inírida hasta los Cerros de Mavicure, tres morros enfrentados, con el río entre ellos. Escalamos el más pequeño (una hora de subida) desde donde pudimos divisar la grandeza de la selva y lo imponencia de sus dos morros hermanos. Yo estaba completamente sorprendida, me llené de energía y me dejé maravillar por la grandeza y riqueza que tenemos en nuestro país.

Fue sin duda una de las mejores experiencias de mi vida.
¡Viajemos más por Colombia! ¡Descubramos sus rincones desconocidos! ¡Atrevámonos a probar cosas nuevas!

 

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