Francisco y su pesebre

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Francisco y su pesebre

/ José Gabriel Baena
Con la leve brizna de catolicismo que aún conservo en mi malvado corazón, declaro que no acepto en absoluto la afirmación de Benedicto 16 sobre que no hubo en el pesebre ni buey ni asno, y sí en cambio leo con fervor cada año Las Florecillas de San Francisco de Asís el 25 de diciembre, día de mi ascenso a este mundo, donde se cuenta cómo este santo inventó el pesebre que ha sobrevivido 783 años en el imaginarium de los pueblos. (Francisco nació en 1182 y murió en 1226). Transcribo fragmentos de la Biblioteca de Autores Cristianos y de la Editorial Aguilar en su colección de miniaturas que publicaba entre 1950-60. Diáfana piratería de las cosas del Altísimo.

“La suprema aspiración de Francisco, su más vivo deseo y su más elevado propósito, era observar en todo y siempre el santo Evangelio y seguir la doctrina de nuestro Señor Jesucristo y sus pasos con todo cuidado, con todo el anhelo de su mente, con todo el fervor de su corazón. Digno de recuerdo y de celebrarlo con piadosa memoria es lo que hizo tres años antes de su gloriosa muerte, cerca de Greccio, el día de la natividad de Nuestro Señor Jesucristo. Vivía en aquella comarca un hombre, de nombre Juan, a quien el bienaventurado Francisco amaba con amor singular, pues, siendo de noble familia y muy honorable, despreciaba la nobleza de la sangre y aspiraba a la nobleza del espíritu. Unos quince días antes de la Navidad, el bienaventurado Francisco le llamó, como solía hacerlo con frecuencia, y le dijo: Si quieres que celebremos en Greccio esta fiesta del Señor, date prisa en ir allá y prepara prontamente lo que te voy a indicar. Deseo celebrar la memoria del niño que nació en Belén y quiero contemplar de alguna manera con mis ojos lo que sufrió en su invalidez de niño, cómo fue reclinado en el pesebre y cómo fue colocado sobre heno entre el buey y el asno”.

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“El hombre bueno y fiel corrió presto y preparó en el lugar señalado cuanto el santo le había indicado. Llegó el día, día de alegría, de exultación. Se citó a hermanos de muchos lugares; hombres y mujeres de la comarca, rebosando de gozo, prepararon cirios y teas para iluminar aquella noche que, con su estrella centelleante, iluminó todos los días y años. Llegó Francisco y, viendo que todas las cosas estaban dispuestas, las contempló y se alegró. Se prepara el pesebre, se trae el heno y se colocan el buey y el asno. Allí la pobreza es ensalzada y Greccio se convierte en una nueva Belén. La noche resplandece como el día, noche placentera para los hombres y para los animales. Llegan las gentes y ante el nuevo misterio saborean nuevos gozos. La selva resuena de voces y las rocas responden a los himnos de júbilo. Cantan los hermanos las alabanzas del Señor y toda la noche transcurre entre cantos de alegría. Francisco está de pie ante el pesebre, desbordándose en suspiros, derretido en inefable gozo. Se celebra el rito solemne de la misa sobre el pesebre y el sacerdote goza de singular consolación. Así… el niño Jesús, sepultado en el olvido en muchos espíritus, resucitó por su gracia, por medio de su siervo Francisco, y su imagen quedó grabada en los corazones enamorados. Terminada la solemne vigilia, todos retornaron a su casa colmados de alegría.” Amén pa´ las ánimas.
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