Formación de la pareja

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  Por: Juan Sebastián Restrepo Mesa  
 
Para empezar con el camino limpio de ideales confortables debo retomar estas contundentes palabras del terapeuta familiar Bert Hellinger: “lo perfecto no ejerce ningún atractivo sobre nosotros. Únicamente podemos amar lo imperfecto”. En efecto, el amor de pareja es esencialmente imperfecto y disparejo y precisamente allí radica todo su poder transformador y vivificante.
Muchos esperan que el amor de pareja sea el punto de partida de su propia felicidad, pero se equivocan: en ese “encuentro de dos soledades”, como lo llamaba el poeta Rilke, se pondrá a prueba todo cuanto hayan podido iluminar de su propia profundidad. El otro confronta y obliga a mirar aquello que más se desprecia mirar: uno mismo. La pareja no ahorrará el camino, al contrario, exigirá que se lo transite.
Una pareja real, siempre es un camino. El enamoramiento es solo el inicio de una pareja; es a la vez, garantía e imposibilidad. Garantía porque obliga a ir afuera de sí mismo; revela aquello más propio e íntimo de un otro. Imposibilidad porque oculta a ese otro tras el brillo de un ideal que se construye a partir de su rostro y que eclipsa su humanidad y su sombra. Pero rápidamente empieza a surgir el otro tras las grietas de la inhumana perfección que lo tapa. Y esa muerte de los ídolos, ese verdadero encuentro de lo imperfecto amado, es el inicio de un encuentro más pleno.
En el presente de una pareja se juegan dos historias previas, ligadas a sus familias de origen. Estas determinaron sus posiciones, ideales, mandatos, maldiciones, lealtades invisibles, valores y formas de ver el mundo, entre otras cosas. Asumir una pareja es asumir su historia familiar y su familia.
Más aún, en la medida en que cada uno haya elaborado y asumido su propia realidad familiar, podrá invertir en la nueva pareja y la futura familia. Quien no mira a su familia de origen y la asume, por más dolorosa que sea su realidad, está cojo para transitar el camino de la pareja y de la familia.
Por otro lado, en una pareja se conjugan dos sentidos de vida diferentes. Cada integrante deberá estar a paz y salvo con su propia vocación de vida, con aquel propósito íntimo que le da una razón de existir. La realización personal no debe reñir con la realización en pareja; debe mirarse como un prerrequisito. El cuidado del alma propia, su realización, debe integrarse en la ética de la pareja. De lo contrario, entre la mediocridad del destino no asumido y la rabia por la libertad perdida, la pareja perderá su fuerza.
Por otro lado, cada miembro de la pareja cree que recibirá lo que quiere, a cambio de lo que él le dará al otro. Se actúa como si hubiera un contrato real a cuyo cumplimiento estuviese obligado. Pero en ese contrato, muchas veces silencioso y egoísta, se deposita el miedo y se alquila la libertad del otro. Cuando muere la libertad y cada uno pierde su propio e indelegable camino de vida, muere el misterio de la pareja. Por eso una comunicación auténtica, unos límites sanos y un profundo respeto por la libertad e intimidad de la otra parte son requisitos importantes del camino.
La continuidad de la pareja en el tiempo no puede explicarse por la fascinación inicial, las convenciones culturales y los mandatos familiares. Depende además de la posibilidad de hacer un sentido conjunto que convoque la realidad profunda de dos almas.

Próxima columna: La crianza inicial de los hijos.

 
     
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