Es tiempo de definir el rumbo del Mónaco

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La Alcaldía desmontó el proyecto de uso del Mónaco como sede de seguridad. El hecho tranquiliza a los habitantes de Santa María de los Ángeles, pero el argumento no es convincente
Se cierra otro capítulo en la historia del Edificio Mónaco. El primero, en los 80, tuvo la marca de su ocupante original, el extinto Pablo Escobar, capítulo que incluyó un ataque con explosivos, como parte de las guerras del narcotráfico.

Otro capítulo del edificio de Santa María de los Ángeles fue el aprovechamiento dado por la Fiscalía, entidad de vocación incomparable con la del narcotráfico, pero al final de cuentas también generadora de zozobra, y que del imaginario entre la comunidad pasó a los hechos, con otro ataque con explosivos en el año 2000.

El tercer capítulo lo abrió la Alcaldía de Medellín, cuando bajo un trámite de abril pasado, la Secretaría de Seguridad pretendió instalarse en la zona residencial con despachos propios y del 123 y de la Central de Inteligencia de la Policía.

El trámite tuvo argumentos: el símbolo de “transformar un edificio producto de los dineros mafiosos como sede de la institucionalidad”. Tuvo, además, un presupuesto de 8.000 millones de pesos y una defensa del alcalde Gaviria: “Todo el mundo quiere más seguridad y presencia de policías, fiscales, investigadores, jueces. Si no los queremos, ¿dónde van a trabajar?”. No obstante, aun proviniendo de la Alcaldía, la solicitud ante la Curaduría fue para “demolición parcial” del edificio –obra física– y no para cambio de usos –ordenamiento territorial–.

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El último capítulo, –para salvar precisiones, digamos que el más reciente- es la decisión de la Alcaldía, con sus nuevos funcionarios, de desmontar el trámite para que el Mónaco sea sede de seguridad. El argumento es el bajo aprovechamiento que tendría el edificio: un 11 por ciento.

Respiran aliviados en Santa María de los Ángeles, sin embargo, el argumento no es convincente. La discusión no es si la edificación carece de capacidad para acomodar a todos los funcionarios, si es vetusto, si genera símbolos. El Mónaco hoy no puede tener un aprovechamiento distinto al que consagran su licencia y la norma: uso residencial.

Por supuesto, los usos de suelos y de predios, bajo la dinámica de las ciudades, cambian. De otra manera, El Poblado continuaría siendo zona de fincas de recreo. El asunto es cómo se da la transformación: mediante procesos que se ciñan a las normas y que incluyan la concertación o a pupitrazos.

Es hora de definir el rumbo del Mónaco, pero no desde los hechos creados. Hay allí muchos recursos públicos enterrados y una comunidad en zozobra.

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