¿Envidia o caridad?

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Pobre de ti. Tienes que leer lo que a ellos les dé la gana. Tú con Alice Munro, ellos con Doris Lessing

/ Esteban Carlos Mejía

Hay personas con maña de pontífices, sumos sacerdotes del dogmatismo, sus santidades de la egolatría. Para ellos nada de lo que tú lees es bueno. Lo tuyo es malo, regular o pésimo. Si, por ejemplo, te ven con La milla verde, de Stephen King, sonríen burlones, dizque irónicos: “¡Por Dios! Eso es basura… basura cósmica.” Pero si al rato te pillan con Sartoris, del inmaculado William Faulkner, entonces te apostrofan, el ceño descompuesto por el desprecio: “Ah, no, eso ya pasó de moda, hombre.”

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Y así. Vas con El capital en el siglo XXI, de Thomas Piketty, y te asaltan de mala fe: “Es un ladrillo ilegible.” Por el contrario, ojeas El Capital, de Karl Marx, y, ¡ay, dioses!: “¿Cómo? ¿Tú todavía crees en utopías? El comunismo fracasó.” Pobre de ti. Tienes que leer lo que a ellos les dé la gana. Tú con Alice Munro, ellos con Doris Lessing. Intentas leer a Žižek y ellos, iracundos: “¡No, no, no! Hay que volver a las fuentes, Freud o Lacan, Freud, sin duda.”

Llevas una novela bajo el brazo: “¿Qué es eso? Desocupado, vago, ocioso. No pierdas el tiempo. Lee algo que te aporte.” Tú: un manual de filosofía. Ellos: “Para las dudas se inventó el horóscopo.” Estás fascinado con un compendio de biotecnología y ellos te retacan, no sin estulticia: “Los científicos son peores que los curas, mucho cuidado.” Tú: una biografía, un diario, una antología de historia. Ellos: “Lee algo contemporáneo, posmoderno, estamos en el siglo 21.”

Pobre gente. Odian, temen y envidian todo lo que tú lees. Sólo sus lecturas son correctas, políticamente correctas. ¿Qué les pasa? ¿Qué pretenden? Disimular sus rencores, ocultar sus fobias, disfrazar su desamparo. Quieren que seas como ellos: analfabetas funcionales.Ç

* Body copy. “Amo a este hombre. Lo conocí el día que presentó su espectáculo de magia en mi pueblo. Mamá dijo: no te metas con un mago, los magos sólo aman su magia. Pero no le hice caso.

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“Fui su ayudante a lo largo de todos los pueblos de los Llanos, en la época de la bonanza cocalera. Lo esperaba en esos hotelitos hasta el amanecer. Llegaba borracho y yo corría a recibirlo, a desvestirlo y acostarlo. A veces me transportaba a palacios, hoteles de lujo, castillos y países lejanos. Me quedaba lela, hasta que despertaba de su borrachera y otra vez estábamos en el cuartito del hotel. Y seguíamos de pueblo en pueblo, él adelante, yo atrás, cargada de maletas. Cuando estaba de buen humor con un gesto de su mano hacía surgir un carro con chofer que nos llevaba a cada pueblo. Un día aparecieron las várices. El mago tocó mis piernas, me miró a los ojos y me curé del dolor. En esa época fuimos a la Costa, Antioquia y el Caldas grande. Pero las várices reventaron. En el hospital, me prometió que regresaría después de hacer una correría por los pueblos cercanos.

“A los días llegó con una nueva ayudante e hizo uno de sus pases mágicos. Y no sé cómo desperté en mi casa. Pero mi casa ahora es un castillo lleno de jardines y salones donde me recupero esperándolo. Lo único que me molesta es una sirvienta gruñona que finge ser mi madre y que día y noche me atormenta hablando mal de él.”
Harold Kremer. La quimera, en El combate, minicuentos, 2004.
* * Vademécum. ¿Estulticia? “(Del lat. Stultitia). Necedad, tontería.”
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