En defensa de los millennials

Los más jóvenes tienen ya 24 años. Dueños de la nada y culpables de todo, seguimos siendo considerados ‘el futuro’. ¿Qué tal si pensamos en las generaciones Z y T? ¿O qué tal si dejamos de señalar años y construimos un mundo mejor para todos?

Tengo 33 años y soy hija única. Esto quiere decir que por doble categorización social, no sirvo para nada. Por necesidad clasificatoria pertenezco a la generación conocida como Y, los famosos millennials. Por nuestros registros civiles sabemos que nacimos entre 1981 y 1993. Por las connotaciones sociales, que somos egoístas, emocionalmente inestables, caprichosos y frustrados. ¡Ah!, pero sabemos mucho de tecnología.

Por más de tres décadas he escuchado la misma cantaleta. “Resuelve primero la vida contigo”. “¿Por qué cambias tanto de trabajo?, eso es inestabilidad”. “Prefieres recorrer el mundo que hacer una carrera profesional”. “Eres muy joven para entenderlo”. También las mismas ironías. “Vota bien, no sabes qué país vas a dejarles a tus gatos”. “Wow, descubriste algo que era normal”. “Toca el  y llora”. Incluso, aún siendo parte de la generación, dirigí una escuela de periodismo multimedia donde parte de mi misión era acompañar a esos pobres incomprendidos.

La buena noticia es que los millennials ya estamos viejos. Podemos tener 37 años, también 33. Pero, ¿qué pasa que los problemas del mundo no cesan? Si ya somos adultos, ¿por qué las personas siguen renunciando a sus trabajos? ¿Por qué el mundo reporta más cantidad de enfermedades mentales que nunca? Entre las muchas cosas que jamás nos dijeron es que sería difícil aspirar a un trabajo estable y que tendríamos que acostumbrarnos a vivir de los proyectos; que el amor no era infinito, porque dejaron que nos criaran emocionalmente las telenovelas; no nos advirtieron que derechos como la educación, la salud y una pensión para una vejez digna, serían casi un mito. Y la lista es larga.

Nadie quiere ser millennial. Pero, ya que nos tocó serlo, les cuento: crecí en una familia bastante clase media. Tuve que esforzarme toda la vida por ser estudiosa e “inteligente” para pasar a una universidad pública, porque sabía que educación privada no tendría. Tuve mi primera cuenta de ahorros a los seis años (Chicos Conavi). Cumplí lo que llamó cariñosamente el sueño nea: “regalarle la casita a la cucha”. Para estudiar una maestría tuve que conseguir una beca y sí, he cambiado de trabajo en promedio cada tres años. Me operé para no tener hijos y en cambio tengo dos gatos y un perro y no he viajado tanto como he querido; pero, algo se ha hecho. Y… aún así, me siento feliz con la vida que he llevado. Todas mis amigas del colegio cuentan alguna historia parecida. También mis cercanos de la universidad.

Podría decir a nuestro favor que a diario me encuentro con desequilibrados emocionales más grandes que yo y me doblan la edad. También con caprichos que son peores. O bien podría dedicarme a decir que las generaciones que me siguen, la Z y la T, son godas y conservadoras. Pero, ¿de qué serviría? Prefiero pensar en dejar de señalar años y tal vez trabajar cada día por un mundo mejor para todos. A veces fallo, muchas, pero lo vamos intentando.

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