En blanco y negro

De haber habido un crítico de cine entre el grupo de rezagados que buscábamos la salida, con un simple comentario técnico o intelectual hubiera roto el hechizo que nos cubría. No tanto por el argumento, que también –por más que se traten los temas de la esclavitud, el racismo, la discriminación, nunca será suficiente–, sino por la ambientación, el guión, la música y, por sobre todo, por las caracterizaciones.
Hablo de la película Historias Cruzadas (The Help), que, tras casi dos horas y media, lo deja a uno con ganas de saber más de la cotidianidad por la que se dejaban la vida –nunca la dignidad– Aibileen y Minny, descendientes de esclavos y criadas de adineradas familias blancas en Jackson (Mississippi), en la década del sesenta. E, incluso, con ganas de saber más de la valentía, el sentido del humor y del honor que Viola Davis y Octavia Spencer dieron de sí a sus personajes. (Ambas, nominadas para los premios Óscar; Octavia se lo ganó en su categoría).

Me hubiera encantado llevar sombrero para quitármelo ante la actuación de ese par de mujeres negras, auténticas y majestuosas. ¿Qué pensaría al respecto la señora Rosa Haluf de Castro?, me preguntaba mientras devolvía mentalmente esa otra película que ella y sus descendientes (hija, nieta y bisnieta) protagonizaron para la revista española Hola, el pasado diciembre. Se “rodó” en el Valle del Cauca y se tituló: Las mujeres más poderosas del Valle del Cauca (Colombia) en la formidable mansión hollywoodense de Sonia Zarzur en el Beverly Hills de Cali. Típico de las revistas del corazón, la realeza y el arribismo internacional.
¿Ninguna de las cuatro “actrices” se dio cuenta del despropósito? Al parecer, no. Porque no contentas con semejante oso, permitieron que sus empleadas domésticas, en inmaculado uniforme, mirándose la una a la otra y portando sendas bandejas de plata, complementaran en la retaguardia, cual tallas de ébano, el paisaje de la foto principal. “Los fotógrafos dijeron que les parecía muy chévere que en el Valle trabajáramos con gente de color”, fue una de las explicaciones que una sorprendida doña Rosa (quizás no haya comprendido aún el porqué de la polémica), presidente de Fenalco Valle y organizadora del Cali Expo Show, balbuceó en una emisora antes de tirar el teléfono.
No me imagino que la actitud ostentosa de “la mujer más poderosa del Valle”, al mostrar sus pertenencias, hubiese sido malintencionada. Exhibicionista, sí. No hay que ser muy perspicaz para deducirlo del artículo de marras. El solo hecho de enmarcar el poderío de su zaga con dos servidoras negras –blancas hubieran pasado desapercibidas al otro lado del Atlántico– evidencia cuán lejos estamos de ser una sociedad incluyente y sin abolengos trasnochados.
Qué vergüenza ajena me da con Aibeleen y Minny, con Viola y Octavia; con Minina, tan importante que ha sido para mis hermanas y para mí y para nuestros hijos. Qué pena con tantas mujeres negras que se desempeñan con idoneidad en cualquiera sea la tarea que se propongan. Y qué pena, incluso, con tantas mujeres, descoloridas como yo, que se dedican, entre otros, a los respetables trabajos domésticos. Ninguna puede catalogarse como trofeo de exhibición, que quede claro.
Así que de chévere, nada, señora Haluf. ¿Oís?
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