El Tour es nuestra mejor carrera

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La imagen de Bernard Hinault corriendo con la camiseta de cuadros de colores y con dos ruedas lenticulares por las calles de Medellín ya puede ser reemplazada. El Tour Colombia 2.1, con Chris Froome, Nairo Quintana, Bob Jungels y Rigoberto Urán, es el mejor evento ciclístico que ha llegado a Medellín en su historia. Y por mucho.

No es la primera vez que un campeón del Tour llega al país. El francés Hinault, ganador en cinco oportunidades de la Grand Bouclé, corrió el Clásico RCN de 1986, que por obra de la casualidad también arrancó con una contrarreloj en Medellín, tal y como ocurrió el pasado martes con el múltiple campeón Froome. Hinault, que en ese 1986 daba sus últimos pedalazos profesionales, era la máxima figura de un ciclista que pisaba tierras antioqueñas. Hasta esta semana.

La llegada del corredor con más títulos del Tour de Francia es una combinación de varios factores. Primero, la consolidación de Colombia como destino ciclístico, más allá de la excentricidad de ver un país pequeño en los primeros lugares de ese deporte en Europa. Tenemos corredores de élite, pero no teníamos carreras de élite. El Tour es la primera.
Luego, el buen nombre creado por los ciclistas nacionales. Las amistades creadas, la injerencia en las decisiones de los equipos, el lobby para que los rivales quieran atravesar el océano y venir a correr una semana a más de 1.500 metros de altura en promedio.

Es la consolidación de Colombia como destino ciclístico. Pesaron el buen nombre creado por los deportistas, las amistades creadas, la injerencia en las decisiones de los equipos.

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Por último, la necesidad de las marcas, equipos y ciclistas, de abrir fronteras en el mercado latinoamericano. Con un Quick Step cambiando de patrocinio cada año, o un Sky que saldrá del ciclismo en dos años, la idea de meterse en nuevos mercados no es mala.
Ahora, la lista de participantes es más grande que su categoría. La competencia es considerada de tercer nivel, con los World Tour y los Hors Categorie por encima. Pero nuestro Tour tiene más figuras que las que merece una carrera 2.1.

No está hecho para reemplazar la Vuelta a Colombia o el Clásico RCN. Ambas carreras deben seguir existiendo para el lote nacional, y obligar a alguna de ellas a cambiar su formato para acomodarse al estándar UCI es imposible. Ahora, eso no exime a ambas de pedir un proceso de maduración que las lleve a este nivel que vemos hoy.

De la dificultad es mejor no ahondar. Quedamos con ganas de ver la dura subida al Escobero o el ascenso a Jericó. El recorrido fue hecho para pedalistas que apenas se quitan el óxido de inicio de año, y por eso la cima más alta es la dominguera Palmas. Más que manejable.

Todo vale la pena por el espectáculo. Tener a Froome y sus cuatro camisetas amarillas del Tour; a Nairo con sus trofeos de España e Italia; a Fernando Gaviria, el colombiano más ganador en nuestra historia del máximo circuito; a Jungels y sus múltiples camisetas de mejor joven, a Julian Alaphillipe y sus pepas de mejor escalador de 2018, a Sergio Henao y su París-Niza; a Superman López y su podio épico de la Vuelta… Y así, decenas y decenas de corredores que harán quedar en el pasado a Hinault, su camiseta de colores y sus ruedas tapadas.

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