El sentido del Yo ajeno

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Por: Jorge Alberto Vega Bravo

Estuve el fin de semana visitando un verdadero tesoro de la naturaleza enclavado en las montañas del oriente del Valle del Aburrá: el parque Ecológico de Piedras Blancas. Allí Comfenalco ha instalado un hotel que se puede mostrar en cualquier parte del mundo y la naturaleza se presenta en su esplendor original. Además de caminar entre el bosque y contemplar la serenidad del agua de la represa, visité el insectario, ubicado en una islita, y el mariposario del parque. Me atendieron allí un biólogo y una bióloga de la U.de A. -que apoya científicamente este espacio- y lo hicieron con una alegría y una pasión que reconfortan el alma del visitante. El sentido del servicio y la capacidad de entrega a lo que hacemos son características conectadas con un sentido superior que R. Steiner denomina ‘el sentido del yo ajeno’.
Nos referimos en entregas anteriores a tres situaciones que impiden el desarrollo libre del ser humano y que postulamos como factores predisponentes para el cáncer.
Hablamos del desarrollo intelectual precoz como un camino que endurece al ser humano.
Luego nos referimos a los problemas que genera la falta de movimiento y una de sus consecuencias: el pobre desarrollo de la voluntad.
El tercer factor predisponente es el fomento del ego en la cultura actual con sus consecuencias evidentes: el egoísmo y el egocentrismo. La competencia aparece como un elemento ligado a la velocidad de la época y se cultiva de una manera tal que terminamos ignorando o pisoteando los intereses del otro y perdemos todo contacto con el prójimo.
El desarrollo equilibrado del niño en los primeros años está fundamentado en el cultivo de los llamados sentidos inferiores: el sentido del tacto, el sentido del equilibrio y el del movimiento. Cuando un niño toca el mundo libremente y es tocado amorosa y cálidamente, desarrolla el sentido del respeto, de la veneración y tiene la opción de practicar en la vida adulta el respeto y el reconocimiento del otro. Un sentido del tacto sanamente desarrollado se transforma en con-tacto, en sentido del tú. (Martín Buber).
Reconocer el Yo de otro ser humano es un acto consciente de aceptación de la individualidad que vive en el otro, es la percepción de su proyecto de vida, de sus límites y sus posibilidades. La amistad y la relación de amor están fundamentadas en el reconocimiento de mis límites y en la percepción de la organización del Yo del otro. La antropología antroposófica distingue claramente entre el Ego y el Yo. El Ego es el producto de la historia de vida y se va formando a través de ella. Es la estructura de la personalidad que busca reconocimiento. El Yo es el principio espiritual del ser humano y su aspecto más elevado. La organización del Yo es una parte del Yo humano que se adentra en el cuerpo y se manifiesta en varios planos: en el plano biológico como sistema inmune, que reconoce lo propio y lo extraño en el organismo. En el plano emocional como el responsable de la individualidad anímica, con toda la gama de sentimientos y emociones de cada ser humano. Y en el plano existencial como esa parte de nuestro de ser que guía el propósito y el sentido de la vida y que puede reconocer el propósito de los otros.
Cuando el Ego se impone sobre el Yo se abre la puerta para que se manifiesten enfermedades graves. La debilidad del sistema inmune abre las puertas o a las infecciones o al cáncer. En un tumor el yo biológico no puede actuar soberanamente. La medicina moderna reconoce que la actividad del sistema inmunológico está relacionada directamente con las vivencias y su elaboración psíquica. Ciertas experiencias y actitudes inciden en la predisposición al cáncer: La resistencia a establecer un vínculo, la soledad, la desesperanza, la agresividad contenida, la rigidez emocional y el Egoísmo.
La célula tumoral tiene un comportamiento egoísta, se aísla de la totalidad y regresa a un estadio embrionario, donde busca la satisfacción de sus necesidades. La célula tumoral no reconoce la organización jerárquica del órgano o sistema al que pertenece y se desarrolla desordenadamente, perdiendo sus límites y la capacidad de llegar a un fin (apoptosis, o muerte celular programada). Es tanto su egocentrismo que crece y se reproduce sin límites a instancias de la totalidad. ¿No se asemeja esta actitud a la de quienes crecen desmesuradamente a instancias de la totalidad? Steiner asevera: “Cada enfermo de cáncer debe padecer lo que la humanidad no reconoce”.
Con estas consideraciones, queridos lectores, cierro un pequeño ciclo de 5 artículos alrededor del apasionante y complejo tema del cáncer.
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