El que quiera creer, que crea

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El que quiera creer, que crea
/ Esteban Carlos Mejía

¿Sanar a una enferma con cáncer hepático? ¿Curar un lupus? ¡Joder y jolines! Duda hasta el más cándido, pero el doctor Vicente Ramírez González lo dice sin ponerse colorado. Y mucho menos teme confrontar sus experiencias con otros médicos: su consultorio queda en la Clínica El Rosario, en El Tesoro, entre colegas escépticos, desdeñosos o curiosos. Así nos lo contó en ¿Puedo cambiar mi destino?, el pasado conversatorio de Vivir en El Poblado y el centro comercial Santafé Medellín.
Vicente tiene un remoto parecido con el actor norteamericano Kevin Spacey, protagonista de Belleza americana y Criminal y decente, dos películas en las que brilla por su carisma, buen humor y seguridad en sí mismo. No es que se le parezca mucho. Eso sí, cuando te mira a los ojos y te suelta su rollo sobre la energía sanadora, uno tiende a ver la misma gracia y la misma convicción del galán gringo. Aunque las dudas más atroces e inescrupulosas me atormentaron durante la charla, terminé por ceder a su persuasión. Acepté que el ansia de creer de los seres humanos es inagotable.
El año rural de Vicente fue en La Chorrera y Leticia, Amazonas. Allí, desprevenido y en soledad, descubrió otras formas de practicar la medicina. Nos habló de la noche en que, frente a un herido grave, tuvo la insólita sensación de anticiparse a los acontecimientos y de leer el pensamiento ajeno, no como un chamán, sino como un compañero de viaje. Al volver a Medellín (¿la civilización?) leyó a Barbara Brennan, física de la Nasa, cuyo libro Hands of light lo encarriló por nuevos trayectos. No sin esfuerzo, Vicente aclaró sus sentimientos frente a la enfermedad, compaginó ciencia con sanación y se consagró a la medicina cuerpo-mente mediante una visión holística de la salud.
Para cambiar el destino, Vicente propone cinco pasos: Atención, Intención, Emoción, Inteligencia y Acción. Atención es despertar, romper el cascarón, salir de la modorra del vientre social. La intención esclarece la rectitud de los deseos, desprovistos de envidia o malignidad. Con la emoción se movilizan los líquidos corporales y espirituales de sentir y presentir. La inteligencia ayuda a ordenar. Y el poder de la acción tiene que ser directo, sin equívocos, fulminante.
De ese poder, Vicente dio ejemplos a granel. Abrazó a un señor que, al meditar, no logra librarse de sus pensamientos. Abrazó a una joven señora que, al borde de las lágrimas, se quejó de su incapacidad para romper un mal contrato, ya con casi veintidós años de vigencia, y que yo, quizás por la cercanía de Vicente, intuí como contrato matrimonial. Y abrazó a decenas de personas que se abalanzaron sobre él para recibir su energía revitalizadora. Confieso que cuando me abrazó no sentí ni calor ni frío. Tampoco escalofríos. Sentí simpatía por él y respeto por la fuerza de la fe. Si yo creo, a pie juntillas, que León Tolstói y Vladimir Nabokov no han muerto y conviven en mi biblioteca, ¿por qué no pueden los demás creer que el destino se puede cambiar? Santa paz: cero moralina. El que quiera creer, que crea.
El próximo jueves, 18 de octubre, seguiremos en la misma onda. Con Elena Molina Villegas hablaremos de La armonía y el bienestar del ser. En Santafé nos vemos, pues.
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