El oficio de tatuar

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El oficio de tatuar
En la tercera convención de tatuajes en Medellín se encontraron los artistas del dibujo que han cambiado el papel por la piel

Al entrar a Expotatuaje (feria que se realizó en Plaza Mayor) es abrumadora la cantidad de imágenes que saltan a la vista. Brincan los colores y figuras desde la piel de desconocidos, desde portafolios o grandes afiches y cuadros. Para conocer la historia y el aprendizaje de estos artistas hay que pedirles que se quiten la ropa. Es en su propia piel y en la de sus amigos donde han encontrado el camino de este oficio.

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Søren Lind

Así es el caso de Søren Lind, un danés que vino a la ciudad para Expotatuaje por recomendación de un amigo y compatriota suyo que vive en Medellín. Los brazos de Søren llevan en tonos verdes y azules sus primeros experimentos con la tinta. Vino con otro amigo, quien exhibe orgulloso en su abdomen la imagen de Kali, diosa hindú. Es un trabajo de 20 horas por el que Søren, en Dinamarca, cobraría alrededor de seis millones de pesos.


Julio Forero
Guardando las proporciones, en Colombia un trabajo de esos también costaría “un billete largo”. Así lo dice Julio Forero, mientras trabaja en la pierna de un cliente, que ya lleva varias sesiones de cuatro a cinco horas. Julio es de Zipaquirá y desde hace siete años trabaja como tatuador, pero desde niño sabía que algún día se dedicaría a esto. Es una elección curiosa para el contexto de su infancia; su padre era sargento mayor de la Policía, su madre una mujer tremendamente religiosa y ninguno de sus primeros amigos o familiares cercanos tenían tatuajes. Con libros, revistas y dibujando mucho fue aprendiendo y encontrando su enfoque, que es la especialidad por la cual lo buscan hoy: retratos y realismo. Como Søren, Julio también lleva sus experimentos en los brazos. También las cicatrices del láser para borrar algunas “embarradas” que espera en un futuro cubrir con buenos diseños. “Ahora sí hay excelentes artistas tatuando, amerita hacerse algo grande y bacano”, dice Julio.


César Figueroa, de Valledupar, es considerado uno de esos buenos artistas en Medellín. En sus 16 años de experiencia (14 en la ciudad) ha pasado por diferentes momentos creativos. “Inicialmente era muy rockero y tenía un estilo como de metal, con imágenes muy oscuras. Después pasé por una etapa más sicodélica, de mucho color, y ahora me he enfocado en un estilo de ilustración oriental”. A César también le tocó aprender solo, rayando la piel propia y la de sus amigos, pero ahora comparte sus conocimientos con sus aprendices, un sistema común en este medio. En su tienda tiene cuatro. Dice que antes de empezar a tatuar, ellos deben pasar por un filtro de conocimiento de color, anatomía, dibujo, pintura, proporción, perspectiva, entre otras técnicas. Después de cuatro o cinco años, en los que también se dedican a armar las máquinas, preparar colores, asear la tienda, investigar, vivir y soñar tatuajes, pueden pasar a la piel, inicialmente con los trabajos pequeños que César prefiere no hacer: lo suyo son piezas grandes, explica el tatuador de 35 años, mientras su aguja se desliza por unas inmensas olas que dibuja en la espalda de un cliente.

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Diana Mejía, diseñadora gráfica y tatuadora desde hace tres años, conoce bien el sistema de los aprendices aunque no hace parte de él. “Aquí por ser aprendiz de alguien bueno ya te conocen y te respetan, independiente de que seas buen o mal tatuador”. Por eso ha elegido hacer su propio camino en este oficio, alejada de los demás. También porque cree que es un medio en el que las mujeres son menospreciadas. “Me han dicho que me ponga a hacer otra cosa, me han vendido pigmentos malos, me han negado posibilidades de trabajo sin mirar mi portafolio, solo por ser mujer, así que todo lo voy haciendo sola”. Sus piernas y brazos dan fe de la investigación empírica. Ha cometido errores en su piel, ha ensayado diversos productos para tatuar y cuidarse los tatuajes, siempre con el ánimo de no cometer errores en los demás, y ha descubierto en sus piernas el estilo que hoy la define: texturas inspiradas en el impresionismo. Aunque no ha sido fácil, ser tatuadora y hacerse diseños en el cuerpo la han convertido en una mujer más fuerte. “Yo era la niña fea del parche, mojigata y ñoña, pero con los tatuajes cambié mucho, empecé a sentirme más tranquila con mi cuerpo, a tener más confianza y seguridad de mi misma”, dice Diana.
Sin duda, los tatuajes, si bien no definen a la persona, le dan matices de individualidad, especialmente a los tatuadores que llevan su oficio en la piel.

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