El desamor de Narciso

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La diferencia entre el desenlace trágico de Eco y Narciso y un desenlace amoroso que nos sane, radica en un acto de consciencia
Juan Sebastián Restrepo

Esta es la primera de una serie de columnas dedicadas al amor en pareja. Tanto nuestra salud mental como las posibilidades más amplias de realización psico-espiritual, dependen de nuestra capacidad para desarrollar un arte de vivir el amor en pareja. Hoy, más que nunca, la pareja se convierte en el vínculo emocional por excelencia; pero hoy, más que nunca, carecemos de las condiciones necesarias para hacer de la vida en pareja un arte y un camino.

Empezaré con el mito de Narciso. Este era un joven que rechazaba siempre a sus pretendientes porque se sentía demasiado hermoso como para compartir su belleza. Un día salió a cazar ciervos y Eco, una ninfa condenada por la diosa Hera a repetir las últimas palabras de aquello que se le dijera, lo siguió a hurtadillas, queriendo hablarle, pero incapaz de hacerlo. Cuando este la descubrió, ella salió de entre los árboles con los brazos abiertos, pero este la rechazó con tal crueldad, que la ninfa se escondió en una cueva donde se consumió hasta que sólo quedó su voz. Némesis, diosa de la venganza, hizo que Narciso se enamorara de su propia imagen reflejada en la superficie inmóvil de un estanque. Obsesionado y absorto por su reflejo, acabó por caer y ahogarse en las aguas.

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Narciso es la imagen, tanto de nuestro sufrimiento fundamental como de nuestro tiempo. Es la idolatría de una autoimagen, artificial y estancada, que nos hipnotiza. Es vivir una vida haciendo siempre referencia a uno mismo, como concepto estático. Es la imposibilidad de la apertura y la relación. Es el triunfo del egoísmo y la condena de la vida. Es nuestra obsesión con nosotros mismos, nuestros recuerdos, historias, ambiciones y nuestra incapacidad de ver, tocar, escuchar y sentir a la vida y a los otros. Es, por supuesto, la muerte de la condición verdaderamente humana: vivir en el desamor.

Me parece contundente y trágica esa imagen de ese otro despreciado, que no puede pasar la membrana espesa de nuestro patético egoísmo; esa Eco que sufre el rechazo de un amor que no la ve porque está narcotizado consigo mismo.

Y encuentro en ella una clave importante: nos muestra cómo el otro amoroso, el otro que puede ser pareja, es una amenaza contra nuestra cáscara egoísta. Y creo que muchos pasan por alto esta verdad: que el amor y la pareja son un atentado contra la estabilidad de nuestro ego, de nuestra comodidad y de nuestra autoimagen. Una buena pareja es una amenaza contra nuestra neurosis.

Eco representa a ese otro que siempre muestra la fragilidad de esa imagen propia que nos obsesiona. Ese otro que puede ser una piedra de verdades inaceptables que rompen nuestra imagen reflejada en el estanque. Ese otro que nos ve humanos, finitos, inciertos, abiertos. Ese otro que denuncia nuestra incapacidad de entregarnos y nos muestra, desde afuera, la verdadera dimensión de nuestra mentira, al devolvernos una imagen que no es la que nos obsesiona. Ese otro que muestra lo desmesurado de nuestras exigencias, lo errado de nuestras perspectivas y la avidez infantil de nuestras demandas. Por eso debe ser rechazada, por eso todo lo que dice debe escucharse solo como un reflejo pálido de nuestras propias palabras.

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Estoy convencido de que lo único que rompe nuestra obsesión narcisista, ese conjuro que nos condena a la amargura, el encierro y la repetición, es una pareja que no se limita a repetir el eco de nuestras palabras. El mejor antídoto al egoísmo corrosivo que nos gobierna, es una relación amorosa establecida bajo una premisa distinta a la del egoísmo.

La diferencia entre el desenlace trágico de Eco y Narciso y un desenlace amoroso que nos sane, radica en un acto de consciencia: saber cuál es la raíz de nuestro sufrimiento y preguntarse para qué se vive el amor. Solo con esa claridad podremos pedirle al ser amado consciencia en lugar de anestesia. Solo así podremos invitarlo a que nos dé libertad retándonos y no haciéndole juego a nuestros miedos. Solo así podremos agradecerle que sea implacable con nuestras farsas y mentiras y que con la fuerza del amor perfore día a día la burbujita en que tratamos de escondernos de la vida.
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