El corazón, sol interior

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El corazón pulsa con lo anímico, el pulmón inspira y espira el mundo y el timo mantiene el sello de la individualidad

/ Jorge Vega Bravo

El corazón ocupa un sitio central en el organismo, como el sol en el sistema solar. Es reciente la comprensión de su estructura y su función. El médico árabe Ibn-an Nafis superó, en el siglo 13, el modelo del médico griego Galeno de Pérgamo, pero el estudio de Nafis no fue conocido en Occidente.

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Unos siglos más tarde fue el médico y teólogo español Miguel Servet (1511-1573) quien, por medio de reflexiones teológicas, describió la circulación entre corazón y pulmón: “Si el espíritu divino que habita en el aire, compenetra todo el ser humano, la sangre del corazón derecho tiene que absorber el aire en el pulmón y regresar con él al corazón”. Paradójicamente, Servet fue quemado en la hoguera por negar la idea de la Trinidad. En Ginebra, en 1923, un grupo de calvinistas conmemoró los 350 años de su muerte en ese lugar, “apoyados en el suelo de la libertad de conciencia” y como reparación del error cometido (W. Holtzapfel).

50 años después, William Harvey aclaró el funcionamiento cardiovascular por medio de experimentación animal y sus hallazgos fueron ampliados por Malpighi, quien mediante el microscopio logró encontrar los capilares que completan el circuito circulatorio. Se entendió que la sangre arterial y la venosa no se mezclan como planteaba Galeno y como ocurre en la gestación, sino que se enfrentan. De esta confrontación surge la posibilidad de que el yo humano se confronte a sí mismo en el proceso de autocognición. (Ibíd.) A partir de estos conocimientos y de la visión mecanicista del ser humano, se empieza a imponer la idea de que el corazón es una bomba, criterio que es insostenible aun desde las leyes físicas.

“R. Steiner invierte radicalmente el problema de la función cardíaca: no es el corazón el que mueve la sangre, sino la sangre la que mueve el corazón” (Holtzapfel). Muchos hechos del desarrollo embrionario apoyan esta idea. La sangre se forma por fuera del embrión, en los islotes sanguíneos del saco vitelino. Estos se unen y forman los primeros vasos donde empieza el flujo, y el movimiento de la sangre origina las primeras pulsaciones. El flujo sanguíneo existe antes que el corazón y este es formado en relación con el flujo y determinado por su actividad. Aunque no está del todo claro qué es lo que mueve la sangre para que esta a su vez mueva al corazón, sí podemos aproximarnos a la respuesta observando la influencia de las vivencias anímicas en el flujo sanguíneo. La ira y la vergüenza nos hacen ruborizar y el miedo nos hace palidecer; si vamos a hacer un movimiento la sangre fluye a las extremidades. Esto confirma la expresión de Steiner de que el verdadero flujo sanguíneo proviene del ámbito anímico espiritual: “El alma impulsa la sangre y el corazón se mueve impulsado por la sangre”. En todas las emociones nuestro corazón late más rápido impulsado por un sentimiento que es percibido en la sangre.

Steiner afirma que en el futuro podremos controlar voluntariamente los movimientos del corazón y la circulación. “El corazón es un órgano del futuro y ya presenta el rudimento para ello en su estructura”. Sus fibras son estriadas como las de los músculos voluntarios.

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En la medicina oriental se afirma que el corazón es la residencia de la mente y el asiento del alma. Podemos afirmar que lo anímico se liga a lo corporal a través del centro rítmico donde habitan corazón, pulmón y timo. El corazón pulsa con lo anímico, el pulmón inspira y espira el mundo y el timo mantiene el sello de la individualidad. El corazón humano es el asiento de la organización del yo, así como el hígado lo es del cuerpo vital. El corazón nos posibilita la conciencia de la identidad y actúa como integrador y centro rítmico. Vamos a ahondar en el papel que juega el corazón en lo anímico espiritual y así comprenderemos mejor sus enfermedades. Por ahora mediten a Novalis: “El corazón es la clave del mundo y de la vida”.
opinion@vivirenelpoblado

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